miércoles, 27 de febrero de 2008

Cartas de la guerra


Sobre Cartas desde Iwo Jima

Clint Eastwood
Estados Unidos, Warner Bros. Pictures / DreamWorks Pictures, 2006

Por Lucas Niro
En este film, Clint Eastwood completa el bíptico iniciado con La conquista del honor en el que relata la toma de la isla de Iwo Jima por parte del ejército de los Estados Unidos. Y si en la primera, narrada desde el punto de vista norteamericano, el tema central es una fotografía y su utilización propagandística, en Cartas desde Iwo Jima, narrada desde los japoneses, utiliza como leit motiv las cartas que los soldados escribían a sus familias.
La presencia de las cartas, cuya significación se va acrecentando a medida que avanza la película, se percibe a partir de breves fragmentos en off al aparecer los autores de las mismas, y ellas son las que van remarcando la condición humana y afectiva de los soldados dentro de un contexto tan alejado del afecto.
Por otro lado, es también una carta la que de cierta forma desmiente la esencia maligna del enemigo agonizante, al leer las palabras de una madre que espera el regreso de su hijo.
Clint Eastwood, tan clásico y prolijo, intenta un acercamiento entre culturas que el propio tiempo ha ido ganando, aunque con ciertas dificultades por despegarse de una ideología occidental. Aquellos personajes que aparecen como más cerca del espectador, son justamente quienes poseen una forma de ser más occidental (o norteamericana), y éste tal vez sea el punto más vulnerable del film.

Dirección: Clint Eastwood. Título original: Letters from Iwo Jima Duración: 140 min. Interpretación: Ken Watanabe (general Tadamichi Kuribayashi), Kazunari Ninomiya (Saigo), Tsuyoshi Ihara (barón Nishi), Ryo Kase (Shimizu), Shidou Nakamura (teniente Ito), Nae (Hanako), Hiroshi Watanabe (teniente Fujita), Takumi Bando (capitán Tanida), Yuki Matsuzaki (Nozaki). Guión: Iris Yamashita y Paul Haggis; basado en el libro "Picture letters from commander in chief" de Tadamichi Kuribayashi. Producción: Clint Eastwood, Steven Spielberg y Robert Lorenz. Música: Kyle Eastwood y Michael Stevens. Fotografía: Tom Stern. Montaje: Joel Cox y Gary D. Roach. Diseño de producción: Henry Bumstead y James J. Murakami. Vestuario: Deborah Hopper. País de origen: Estados Unidos Año: 2006
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domingo, 24 de febrero de 2008

Cartas a Quehué




Marisa Rubio, como otros artistas jóvenes, realiza proyectos por fuera del sistema de museos y galerías; en su último trabajo buscó inquietar a un pueblo de La Pampa.


Por Javier Villa
En la mañana del 29 de noviembre de 2007, 150 vecinos de Quehué -un pueblo de 570 habitantes a 75 km de Santa Rosa, La Pampa- recibieron una carta que no esperaban. Entre ellas había poemas, declaraciones de amor, máximas, invitaciones formales, suscripciones a un club de fans, problemáticas legales, reclamos por hijos no reconocidos, intrigas familiares y amorosas, insultos e imágenes. Algunas historias se cruzaban y complementaban, otras no, pero todas tenían algo en común: Marisa Rubio, el remitente, con dirección en Buenos Aires. Marisa Rubio (31) vivió hasta los 18 años en Ushuaia, cuando la capital fueguina estaba más cerca de la gran aldea que de la pequeña ciudad austral. Al llegar a la adolescencia sucedió aquello que podía ocurrir: hay cuerpos que absorben la tranquila cotidianidad de la vida de pueblo como modorra rutinaria, restrictiva y peligrosa. Fue así como llegó a Buenos Aires, estudió Bellas Artes y se convirtió en artista. Rubio trabajó en video. Se entrometía, exploraba y cuestionaba la vida de otros: familiares, la rutina ralentada de su padre en Ushuaia o las relaciones competitivas entre dos hermanas; como un voyeur registró, diseccionando y robando con la cámara, segundos del cotidiano de varias familias que viven con ventanas a la calle. En el verano de 2007 comenzó a gestarse una idea distinta: desde Bolivia, junto a Marcelo Galindo, envió cartas firmadas con seudónimos a varias personalidades del arte en Buenos Aires. Ya en marzo, Rubio comenzó a trabajar en Quehué, un proyecto que le demandaría casi un año de actividad. El primer paso fue buscar un pueblo de 500 habitantes con alto porcentaje de alfabetización. Así, llegó a un punto particular del mapa: la mayoría de las pequeñas empresas de Quehué está bajo control de la municipalidad y la población se autodenomina "Capital de la caza mayor", porque recibe a turistas extranjeros que llegan para capturar ciervos colorados, jabalíes y antílopes. Marisa Rubio, bajo el álter ego de Clara Smart, asistente de Mario Severa, director de una revista apócrifa llamada Nuevo Turismo , consiguió que llegara a sus manos un padrón incompleto del pueblo, con la excusa de enviarles a los habitantes el número 1 de la revista, dedicado a la caza en Quehué. A partir de ese padrón y una investigación por Internet, comenzó a tejer un árbol genealógico: lazos familiares, relaciones de vecinos, profesiones, etc. Entonces encaró la escritura de las 150 cartas, variando de estilos. Estas no buscaban un efecto único sobre un grupo homogéneo y reducido, como suele ocurrir en el circuito de artes visuales, sino una variada gama de consecuencias que irrumpieran directamente en un día de la vida de un pueblo entero. El tipo de proyecto que construyó, y que afronta un número reducido de artistas -a diferencia de Europa o Estados Unidos, donde fundaciones y políticas culturales del Estado miran más allá del formato galería/museo-, lucha contra su propia extinción, ya que no hay en la Argentina formas de financiamiento o garantías de una difusión posterior, como un libro o una película. Sin restricciones de salas rectangulares y tiempos de exhibición idénticos para todo tipo de obras, el trabajo de un año de Rubio se concentró en un solo día y fue realizado para un pueblo que no la conocía. En la tarde del 29 de noviembre comenzaron a sentirse los primeros alcances. Algunos estaban fascinados con la carta; otros, tristes porque no habían recibido la suya. Pero varios vecinos se juntaron en la plaza, frente a la municipalidad, rodeando un monumento que había aparecido aquella mañana, dedicado a Peter Sarmiento: uno de los personajes más utilizados por Rubio en las cartas. Una vecina se animó y dijo que la carta que recibió hablaba sobre sus problemas y que esta persona conocía exactamente lo que le sucedía. Se habló de otra que mencionaba al Conde Rubio y los ancestros de Marisa. Unos chicos googlearon su nombre y encontraron a una actriz homónima, que en alguna obra había protagonizado a una bruja. Sin vacilar, un grupo de cazadores enfurecidos se olvidó de los ciervos colorados e inició una cacería de brujas: fue a buscar a Marisa Rubio, quien había llegado al pueblo un día antes como Martina Sot, enviada especial de Nuevo Turismo para la Fiesta de la Caza. Lo último que supo la artista, gracias a un informante local, fue que Peter Sarmiento fue adoptado como emblema por el equipo de fútbol de Quehué. Sin embargo, éste perdió el torneo y la escultura fue olvidada entre la basura de un pueblo donde, se dice, no suele verse un papel por el piso.



Publicado en el suplemento ADN del diario La Nación el sábado 23 de febrero de 2008

jueves, 21 de febrero de 2008

La argentina telepostal

En la era del e-mail, el correo tradicional continúa creciendo

MIE 20/02/08 08:00


Las empresas tuvieron que reinventarse ante el cambio tecnológico. En 2007 facturaron $2.000 millones y crecen a una tasa de dos dígitos.


Por Carlos Boyadjián

El mercado postal ya no es ni volverá a ser lo que era. El uso extendido del correo electrónico o el impacto de nuevas tecnologías en este sector en los últimos años han llevado a los principales jugadores del mercado postal a reconvertirse, desarrollando nuevas vetas del negocio. Hoy es común hablar de soluciones logísticas para el segmento corporativo, reducción de tiempos de entrega, control y seguimiento de los envíos e incorporación de valor agregado al tradicional de despacho de correspondencia y encomiendas.Según datos de la Comisión Nacional de Comunicaciones (CNC), en los primeros nueve meses de 2007 el servicio postal movió unos 1000 millones de piezas, 13,38% más que en el mismo período del año anterior.En facturación, entre enero y septiembre del año pasado el mercado superó los $ 1.500 millones, un alza del 22,42%.Roberto Luppo, director ejecutivo de la Asociación de Empresas de Correo de la República Argentina (AECA), que nuclea a los principales prestadores privados, estimó que "el panorama en el mercado postal es muy bueno, creciendo a un ritmo parecido al de la economía del país desde 2003".Se trata de un mercado muy sensible al desempeño del PBI, por lo que desde hace unos años transita un clima de bonanza como no se vivía desde la convertibilidad. Los datos consolidados para 2006 indican 1.230 millones de piezas entregadas, con una facturación cercana a los 1.800 millones de pesos. AECA consigna, asimismo, que entre 2003 y 2006 la facturación de este mercado creció un 77%."Las cifras finales para 2007 deberían estar en el orden de los 2.000 millones de pesos o quizás algo más", destaca Luppo, para quien el negocio postal en la Argentina tiene perspectivas de crecimiento. "En 2008 el mercado debería crecer por encima del PBI, entre 10 y 11%".Graciela Echeverría, gerente de Relaciones Institucionales del Correo Oficial de la República Argentina (CORASA), también tiene expectativas alentadoras para este año, pero advierte que en el negocio minorista los nuevos medios tecnológicos le están ganando espacio al correo tradicional. "El desafío del Correo es desarrollar nuevos productos y servicios. Una persona puede comprar por Internet, pero alguien después tiene que llevar a su casa la compra", señala. Y agrega que "en un mercado totalmente desregulado, la competencia privada es significativa".El mercado postal tiene dos grandes segmentos. Por un lado, la distribución minorista, emparentada con el correo tradicional y donde es muy fuerte el Correo Oficial, la empresa pública reestatizada en 2004; y por otro, el segmento corporativo, dominado por empresas privadas.Según la CNC, mientras el correo oficial se destaca en el envío de cartas simples, facturas, mailings e impresos, los prestadores privados tienden a concentrarse en nichos como e-commerce y envío de piezas corporativas (tarjetas de crédito, paquetes, couriers). CORASA tiene una participación del 40% del negocio total, en un mercado en que a fines de 2006 había 153 correos autorizados a operar.

Tecnología y logística

La irrupción de Internet o innovaciones como la factura electrónica llevaron a los prestadores a un proceso de reconversión en busca de nuevas oportunidades de negocios. "La mayor transformación del sector es salir de la entrega de bienes físicos para brindar información a clientes", sostiene Carlos Cirimelo, gerente general de la Unidad de Negocios Correo del Grupo Logístico Andreani.Se trata de utilizar la red física existente (distribuidores en todo el país) para ofrecer servicios no postales, hacer transacciones de servicios físicos o virtuales. Así, por ejemplo, la empresa hace relevamientos de carteles en la vía pública, de comercios y del estado de las veredas para algunos municipios. También llegó a un acuerdo con una empresa dedicada al revelado digital por Internet, que permite a los clientes retirar las fotos de las sucursales de Andreani o que se las envíen a domicilio. OCA, otra de las empresas líderes del sector, ha puesto el acento en el segmento financiero (30% de la facturación), la mejora en las entregas y el seguimiento de la ruta de la pieza.

Inversiones y sueldos

Para el desarrollo del mercado postal, fue necesaria una fuerte inversión. Por ejemplo, mientras hasta hace unos años el ensobrado o inserción de folletos se hacía manualmente, hoy esto se ha mecanizado. También se invirtió en capacitación del personal y actualización de sistemas y procesos.El factor de riesgo, no obstante, es el tema salarial. Desde AECA, Roberto Luppo asegura que "la mano de obra tiene una alta incidencia en el mercado postal, cercana al 80%, de lo que depende el éxito del negocio". El acuerdo vigente con el gremio de los camioneros rige hasta junio próximo. "Va a ser una paritaria dura como todas", pronostica Luppo y agrega que "seguramente después de julio habrá un aumento de tarifas en función del acuerdo que se alcance en paritarias".


Publicado en el suplemento IECO del diario Clarín de Buenos Aires el miércoles 20 de febrero de 2008

viernes, 15 de febrero de 2008

Cartas de Sorolla

Este film fue exhibido por la televisión española como miniserie, en el que se revelan, fundamentalmente, los tópicos constitutivos de Joaquín Sorolla: el perfeccionismo extenuante por la pintura y el amor por Clotilde, su mujer de siempre. El telefilme compone una biografía puntillosa del pintor valenciano y el marco del relato es la investigación que biógrafos realizan a través de entrevistas con él mismo, su mujer y amigos. Y por sus cartas, claro. Estas últimas son las que él envía en su larga vida trashumante, pero atado –o atándose a través de éstas- a su origen de luz y mar de su Valencia natal.
La vida de Sorolla es digna de retratar en un filme. Y tratándose de un pintor que pinta su aldea -“Mi cuadro es la playa de Valencia. Y el bendito sol… que amo más cada día”- bien vale que el relato se valga, en sus exactas dos horas de duración, de muchos de sus cuadros como una representación de la representación; muchas de las escenas se empalman, en un fundido preciso, con los cuadros de Sorolla. Como el juego de niños en el que había que unir puntos con líneas para lograr el dibujo, sus cuadros, a todas luces, son los mojones que componen su vida. Y las cartas parecen refrendarlo.

Dirección: José Antonio Escrivá
Guión: Horacio Valcárcel
Idea original: José Antonio Escrivá
Productores ejecutivos: Pepón Siglér y J. A. Escrivá
Montaje: José María Biurrun
Intérpretes: José Sancho, Rosanna Pastor, Antonio Valero, Juli Mira...
País de origen y año: España, 2006
Duración: 120 min.

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martes, 12 de febrero de 2008

Apreciado Borzone



Al agradecerle el envío del aguinaldo, le hago llegar en estas vacaciones mis deseos de felicidad para Ud. y flia.
Puede girarme el sueldo si lo pagan en estos días, ya que para febrero estaré en ésa.
Un gran abrazo
Zapata

Salta, 22 de enero de 1974


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viernes, 8 de febrero de 2008

Cartas de Vicenta Lorca

La edición de las cartas de Vicenta Lorca a su hijo revelan la cara íntima y familiar del poeta

Matías Néspolo
Hubo tantos Federicos como personas le conocieron. La identidad del poeta de Fuente Vaqueros se fragmenta en los testimonios que la reconstruyen. Pero quizá la imagen más genuina e íntima de Federico García Lorca aún permanecía oculta.
«Ante nuestra propia madre no hay máscara que valga», apunta el editor Malcolm Otero. Esa es la clave del aporte de Víctor Fernández, el periodista que saca a la luz un Federico desconocido, el que se refleja en la mirada de su madre, Vicenta Lorca Romero.
«El problema con autores de la talla de Lorca es que la leyenda y el mito empañan al personaje real que se vuelve irrecuperable», explica Fernández, quien recupera «el costado más humano» del autor de Romancero gitano con su trabajo de recopilación y edición de las Cartas de Vicenta Lorca a su hijo Federico (RBA).
Se trata de la primera edición de las misivas que envió la madre de Lorca a su hijo, entre octubre de 1920 y agosto de 1934, «casi exactamente dos años antes de la muerte del poeta», apunta Fernández. El epistolario consta de 34 cartas, de las que sólo algunas se tenía noticia por los escasos fragmentos publicados por Mario Hernández, Andrew A. Anderson y Christopher Maurer, pero jamás editadas en forma íntegra.
Relativamente breves, sencillas y directas, las misivas despliegan sin embargo una gran cantidad de matices. Aparte de las abundantes referencias familiares, y de las típicas preocupaciones maternales sobre la salud y las necesidades materiales de su hijo en la Residencia de Estudiantes, las cartas «revelan el impulso que dio Vicenta a su obra literaria», aclara Fernández.
«No hay que olvidar que fue su primera lectora», dice el periodista –también autor de libros como Desmuntant Woody Allen o Marilyn íntima–, recordando algunos consejos maternales: «como cuando le sugiere de manera indirecta que le lleve su última obra de teatro a Margarita Xirgu, que tenía mucho más tirón en la época que Gregorio Martínez Sierra» o como cuando «le pregunta a qué editor ha entregado su último libro».
Maestra de férrea voluntad, «encantadora y dulce» –según Pepín Bello–, Vicenta sólo pasa por alto un tema; la homosexualidad del poeta. «Lorca tenía pánico de que alguien de su familia lo supiera y de hecho sus herederos no hablaban hasta hace poco de eso», dice Fernández. Sin embargo, «Vicenta debería de sospecharlo porque la cuestión circulaba en los corrillos de Granada», concluye.


Publicado en el periódico El Mundo, de España, el 28 de enero de 2008

jueves, 7 de febrero de 2008

Concurso 'Pablo Neruda' de cartas de amor

La Biblioteca Pública Municipal de Coria (España) y el Ayuntamiento de esta localidad han convocado un concurso de cartas de amor en el que podrán concursar todos aquellos que presenten una carta inédita, original y no premiada en otros concursos.
La temática de estas cartas debe ser el amor en cualquiera de sus diferentes vertientes.
El plazo de presentación de los trabajos es hasta el 22 de febrero de 2008.

Las bases del concurso pueden consultarse aquí.

miércoles, 6 de febrero de 2008

La correspondencia en tiempos de guerra

Guerre et Poste L’extraordinaire quotidien des Français en temps de guerre de 1870 à 1945
Musée de la Poste
Hasta el 15 de marzo




Más de 600 objetos y documentos, además de 20 dibujos originales de Jacques Tardi, evocan la vida de los franceses durante los últimos tres conflictos que han marcado la nación francesa -la guerra de 1870-1871 y las dos guerras mundiales- desde un enfoque absolutamente humano y, además, postal.
“Guerre et Poste” es la ocasión de señalar el papel esencial de los servicios de correos en tiempos de guerra, tiempos de la ausencia, tiempos de esperanza en la llegada de mejores días y de noticias. Mantener el vínculo postal no es solamente una posición estratégica. La correspondencia es esencial para vencer la espera cotidiana.
El propósito de la exposición es poner en valor el rol particular que el correo ha jugado en los periodos de guerra desde dos puntos de vista: institucional y sensible. No solamente se presentan los medios extraordinarios puestos en práctica para transmitir los mensajes escritos en condiciones excepcionales, sino también las cartas, a través de las cuales se puede aprehender el mundo inmediato que les rodeaba, tanto a los soldados como a los familiares.


Musée de la Poste
34 Bd de Vaugirard
Paris


Más información aquí

martes, 5 de febrero de 2008

Miguel Mihura, cartas de amor y odio

La correspondencia inédita del dramaturgo y fundador de 'La Codorniz' ve la luz y evoca las amistades y rencores de los humoristas de 'la otra generación del 27'

Borja Hermoso
Gente así tenía que escribir cartas así: epístolas relamidas con sabor a algodón de azúcar o misivas feroces como el ataque de celos de una starlette de varietés. Fauna de pelaje tan genialoide, ingenuo y ciclotímico como Miguel Mihura, Enrique Jardiel Poncela, Edgar Neville y Tono tenía que encontrar en el género epistolar el foro ideal para exponer sus filias y sus fobias, sus neuras y sus paranoias, en medio de un contexto político y cultural -el de la Guerra Civil y la posguerra- abierto a todos los excesos a pesar del ridículo control de los censores franquistas.
En el legado figuran el carné de falangista y la biblioteca personal
El volumen Epistolario selecto de Fuenterrabía, editado por el profesor José Antonio Llera (editorial Espuela de Plata), recoge 52 cartas inéditas seleccionadas de entre los papeles personales de Mihura. Un legado que, tras la muerte en 1977 del autor de Tres sombreros de copa, quedó en poder del matrimonio Ruiz-Villandiego, vecinos y amigos de Mihura en Fuenterrabía (actual Hondarribia), la localidad guipuzcoana en la que el escritor solía pasar largas temporadas en compañía de su hermano Jerónimo, dándose a tres de los placeres que tenía como prioritarios: pasear frente al Cantábrico, comer en lugares como la Hermandad de Pescadores y leer novelas de Simenon.


Ese legado incluye no sólo un centenar de cartas, sino también la biblioteca personal del dramaturgo, enciclopedias médicas de todo tipo (Mihura era el campeón del mundo de los hipocondriacos), diversos dibujos y óleos, guiones cinematográficos, fotolitos de sus chistes en La metralleta y La Codorniz, salvoconductos de la Guerra Civil, su carné de falangista y el borrador de su discurso de ingreso en la Real Academia, discurso que le trajo en jaque pero que jamás llegaría a pronunciar porque antes murió de una crisis hepática.
El abigarrado conjunto, ahora estudiado y ordenado por José Antonio Llera, perfila una biografía oficiosa del autor teatral más célebre de los años treinta y cuarenta. Pero de entre todo ese material embutido en cajas de cartón, destaca como verdadera joya de la corona la carta que Enrique Jardiel Poncela, primero maestro, luego colega y al final enemigo de Mihura, le dirigió para hacerle ver su asqueo personal ante lo que consideraba un plagio continuado de su obra.
"Desde hace muchos meses, más de dos años, vienes utilizando para tus cuentos y artículos todos aquellos trucos, desplantes, equivalencias, resortes, comparaciones, hipérboles, incongruencias y juegos de ingenio que yo inventé para mis artículos y mis cuentos", dice el autor de Eloísa está debajo de un almendro. Y continúa en un tono sin asomo de florituras: "La influencia en literatura es lícita..., lo que ya no es lícito es el plagio. Los hijos nacen influidos por sus padres, pero no los plagian jamás".
El choque de trenes entre los dos grandes del teatro de posguerra es evidente. Los celos corroen a Jardiel ante lo que considera "un amateur de la literatura ante el que me tengo que defender". No opina lo mismo José Antonio Llera, que en sus comentarios exime de culpa y sale en defensa del autor de Ninette y un señor de Murcia: "Los celos de Jardiel Poncela están injustificados; la obra de ambos evoluciona hacia lugares muy diferentes, y no hay plagio, lo que ocurre es que Jardiel quería ser él solo el inventor de la vanguardia de su época, todo es una paranoia suya. De todas formas, esta carta demuestra cómo el mundillo de la literatura de aquellos años se movía a través de los celos, las rivalidades y las envidias".
Pero no es esta la única carta inédita digna de mención. Algunas otras de las que ahora salen a la luz hay que incluirlas directamente en la nómina del surrealismo militante, aunque involuntario, claro. Es el caso de la misiva que el 23 de agosto de 1943 le envía a Mihura el general jefe del benemérito Cuerpo de Mutilados de Guerra por la Patria y general fundador de la Legión..., un tal José Millán-Astray, para felicitarle por los contenidos de La Codorniz. "¡Fijaos bien lo que supone para un hombre de tan azarosa vida y de tanto dolor el reírse francamente a mandíbula batiente!".
Tampoco es manca (como si lo era el propio Millán-Astray) la carta en la que un muy pío lector de Pamplona le recrimina las chispas picantes de la revista, consistentes en algún muslo femenino al aire. O aquella en la que el propio Miguel Mihura -un falangista sin ideología, un falangista pragmático, más bien- se despide así de su interlocutor, a la sazón el jefe de Prensa Nacional: "Miguel Mihura. Saludo a Franco Arriba España".
O la que Edgar Neville le manda desde Washington, diciéndole que en 15 días se marcha a Hollywood "a intentar y aprender", porque, sostiene, "éste es un país encantador, y el que acierta, se hincha".
Cartas de Mihura, cartas de Jardiel, cartas de Neville. La herencia epistolar de toda una época, con aquellos chalados y sus locos... epistolarios.


Publicado en el periódico El País, el 18 de enero de 2008

lunes, 4 de febrero de 2008

La vida falsa


Sobre La sirena del Mississipi de François Truffaut (Francia, 1969)

Todo pasa en La sirena del Missisipi porque el amor nace por correspondencia. Uno supone que si no hubiese sido así, no podría haber engaño, muerte, conflicto, película. La primera escena, la que acompaña a los títulos, muestra una sucesión de anuncios clasificados de búsqueda de parejas. Un millonario de la pequeña isla de Reunión, próxima al sureste del continente africano, conoció así a Julie. A través de las cartas se enamoraron y él le propuso matrimonio. Ella emprende el viaje del encuentro y el relato comienza con el barco que arriba a la isla y él, como quien quiere unir por primera vez la palabra y la cosa, la va a buscar. Allí se le presenta una bella señorita rubia, que no se corresponde con el retrato de la morena que ella le había enviado oportunamente acompañando una de sus cartas. Ella le dice que no había querido enviarle la fotografía certera porque creía que si hubiese sido así, él no la habría aceptado. Igualmente, ese mismo día se casan y, por esas cosas del amor, le cede la potestad de mover sus inmensas cuentas bancarias a placer. Ella, un día, no está más a su lado. Y, claro, tampoco el dinero. Inmediatamente descubre que no era la verdadera Julie la que había arribado al puerto con el Mississipi –así se llama el barco-, su flamante esposa, la ladrona. Con empecinamiento, la sale a buscar.
Éste que podría ser el problema que atravesara todo el film, es sólo la piedra de toque del desarrollo que tiene más que ver con conflictos psicológicos que con policiales. Aunque, y bueno es decirlo, la trama policial potencia el escalonamiento de las sensaciones y mundos interiores de los personajes, sus modos de ser y proceder, sus relaciones.
La posibilidad de mentir con cartas es un tópico central de la epistolaridad. Pero el film de Truffaut no trabaja con la carta falsa sino con la vida falsa, el mundo que se trastoca para parecerse lo más posible a la carta verdadera.


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viernes, 1 de febrero de 2008

Deseo de archivos


En las últimas décadas asistimos a la revalorización de la función y el espacio del archivo. Además de ser privilegiado centro de la preservación de la historia intelectual, la pertinencia jurídica, política e incluso social (espectacular) del archivo se volvió patente.

Por Phillippe Artieres
En 1989, la historiadora del siglo XVIII Arlette Farge publicó en la editorial du Seuil, de París, dentro de la colección dirigida por Maurice Ollender, La librería del siglo XX, un ensayo titulado Le goût de l’archive; con ese libro, la historiadora quería mostrar su experiencia cotidiana en los archivos judiciales. Se trataba de exponer y analizar la riqueza y la fragilidad de estos fajos de papel, de revelar asimismo su opacidad y el minucioso trabajo que exigían. El libro fue un éxito: por primera vez, una historiadora escribía, no a partir de, sino sobre el archivo, ofreciendo a los lectores la posibilidad de descubrir un mundo ignorado por la mayoría. El gesto de Arlette Farge fue saludable: en ese momento, el universo de los archivos era un mundo cerrado que no estaba, leyendo a la historiadora, demasiado alejado del convento —lugar de silencio, de contemplación y de copia; solamente a los archivistas correspondía su manipulación; a los historiadores, el derecho de consulta. Arlette Farge revelaba el archivo insistiendo particularmente en los mil y un rostros que éste encerraba, en ese pueblo silencioso que lo habitaba. A casi veinte años de la publicación del libro de Farge, la situación es muy diferente; no sólo la expresión “el gusto por el archivo” ingresó en el lenguaje común de la investigación sino que aparentemente toda la sociedad francesa es presa de un “deseo de archivos”, tal como lo reveló una encuesta realizada por el diario Le Monde en diciembre de 2001. Es como si hubiéramos entradp en una sociedad con los archivos, una relación cuyos actores no serían solamente archivistas e historiadores; el archivo habría entrado en el espacio público.

Archivos y sociedad
Tres hechos prueban, creo, esa evolución en Francia. En Burdeos, durante el juicio a Maurice Papon —agente de la administración francesa acusado de ser culpable de la deportación de niños judíos durante la segunda guerra mundial, pero también de haber ordenado la masacre de argelinos en el momento de la guerra de Argelia— una archivista de los archivos de París fue, archivos en mano, a prestar declaración ante la justicia para apoyar al historiador Jean-Luc Linodi en cuanto a la verdad de las masacres cometidas por la policía francesa contra manifestantes argelinos en París en octubre de 1961. Aunque esta actitud fue en su momento duramente sancionada y la archivista en cuestión fue desplazada por su jerarquía a un cargo de responsabilidad inferior, lo cierto es que fue suceso en la historia de las relaciones de los archivos y la sociedad, inaugurando probablemente una apertura del mundo de los archivos al espacio social. En París, en la exposición que le dedicó al pensador Roland Barthes el Centro Georges Pompidou, en diciembre de 2002, los dos comisarios decidieron presentar un conjunto importante de archivos del semiólogo. Además de la exposición de numerosos manuscritos preparatorios a la obra publicada, se presentó el famoso fichero de Roland Barthes en un dispositivo particularmente espectacular: en una pared de cuatro o cinco metros de alto y diez de largo se habían pegado detrás de los paneles de Plexiglas las fichas, que constituían así una inmensa estela en la que se reflejaba simbólicamente toda la exposición. Una vez más en Paris, en ocasión de la venta, por parte de su hija, de las colecciones de manuscritos, pinturas y objetos pertenecientes al guía del surrealismo André Breton, que fue organizada en Drouot, en abril de 2003, afloró una intensa emoción; intelectuales, artistas y universitarios protestaron en diversas tribunas de la prensa pero también con una manifestación frente a la casa de subastas, y con la creación de una asociación en contra de esa dispersión. Pero sin duda el hecho más notorio de esa venta fue el largo desfile de visitantes anónimos llegados para “contemplar” las colecciones antes de su venta.

Objeto de sacralización
Desde hace unos diez años, los archivos, pensados durante mucho tiempo como materiales fríos, polvorientos, austeros, a menudo poco atractivos, son ahora objeto de una sacralización inédita; no hay exposición que no los presente bajo vitrinas lujosas, no hay museo que no los muestre; a estos objetos de papel se dedican lugares, publicaciones y una imponente literatura. En el departamento de Bouches-du-Rhône en el sur de Francia, un archivo-bus recorre los campos para presentar algunas piezas significativas. Los archivos han pasado a ser el archivo: un nuevo objeto cuya vocación ya no se reduce a ser la colección de los documentos de la historia nacional, sino la encarnación de esa historia; en otras palabras, el cuerpo de la historia. Lo sintomático de este fenómeno es el crecimiento en materia editorial de publicaciones que no tienen otra aspiración que dar lugar al archivo: materiales brutos no mediados por la mirada deI historiador. El archivo no sólo da fe sino que sería, igual que un fragmento de alfarería galo-romana, un trozo, un jirón del pasado que Conserva toda su actualidad y revela toda su verdad. El efecto de esta creencia que sin duda participa del presentismo (como escribió François Hartog) es que ese cuerpo de papel ya no estaría constituido solamente por los archivos de los próceres y las instituciones sino de todos: se multiplican así los fondos de archivos privados que compilan todo lo que la institución archivística rechazaba: correspondencias y diarios personales... Este afán de archivos otorga también y ante todo un lugar creciente a los documentos de los que están más abajo en la escala social, de las víctimas y los vencidos; algunas municipalidades han nombrado consejeros para la memoria que se ocuparán de ese cuerpo de papel; es como si en ese cuerpo, todos los creyentes debieran poder fundirse conservando su identidad. Más aún, cuanto más portador de emociones es el archivo, más precioso sería. La carta de un miembro de la resistencia ejecutado, las palabras de los prófugos se convierten en objetos de un culto inédito, parecido al que se prodiga desde hace un siglo a los borradores de los escritores. Así como el manuscrito del creador es considerado un fragmento de su cuerpo, su huella —de ahí el desarrollo del mercado del autógrafo desde hace 150 años— el del hombre común sería un monumento vivo, haría inmediatamente memoria. Esta reencarnación del pasado en los papeles amarillentos de nuestros fondos de archivos va acompañada de una renovación de las prácticas de los aficionados a la genealogía y también de un afán de apropiación de la historia (Daniel Fabre y Alban Bensa lo analizaron en Une histoire á soi); el archivo goza aquí de un papel central en la visibilidad de las identidades (archivos de las minorías, de lo autóctono...). Constituye el cuerpo de una comunidad; un cuerpo que no queremos dejar de hacer crecer y que lo haga independientemente del cuerpo nacional. Antes que el cuerpo nacional, se prefiere ahora un cuerpo local, un cuerpo propio; de ahí el desarrollo de depósitos de archivos regionales y municipales, familiares y asociativos. Este interés por el pasado que genera este gusto por los archivos no deja de plantear un problema. Michel Foucault en la creación del diario Libération después de mayo 1968, en 1973, proponía que las columnas de ese nuevo diario recibieran la memoria de las luchas a través del relato que los obreros y otros que estaban más abajo en la escala social pudieran hacer. La idea no fue tenida en cuenta; ahora comprendemos por qué... Los archivos están pensados como monumentos, ya se trate de un mausoleo del poder, de un monumento a sus víctimas o de un objeto solamente estético o comercial. Ahora bien, no hay que entrar en esa trampa. El riesgo es grande; es necesario esforzarse por preservar los archivos y transformarlos en un arma de las luchas futuras. Hay una fuerza política de los archivos. Es importante, creo, tanto en Francia como en la Argentina, librar combates por los archivos —su conservación, su valorización— y para los archivos —su financiación y su tratamiento archivístico. No sólo está en juego nuestro pasado sino también nuestro porvenir.


Publicado en la Revista Ñ de Buenos Aires el 12 de enero de 2008. Traducción de Cristina Sardoy


Para otras lecturas, aquí