Francisco GrageraMadrid, Oberon, 2004
El libro se abre con la dedicatoria del autor: “A mi padre, de la quinta del Pelargón”. Este gesto permite recorrer el texto con un dejo de complicidad testimonial en segundo grado. El libro se justifica moralmente en esa dedicatoria, mientras que en
la dedicatoria se justifican sus contenidos: al morir su abuela, encontró en una caja fuerte unas cartas de su padre a la familia, desde el frente, en la guerra civil.
El libro se estructura por la cronología histórica de la España de la primera mitad del siglo XX: la Segunda República; la Guerra Civil; y la posguerra (en este caso, la participación de la España franquista en la segunda guerra mundial). Pero no se cuenta la historia con un discurso historiográfico, intentando delimitar causas y consecuencias de lo sucedido, sino en un híbrido interesante entre historia política-literatura íntima con un tono ascético y monocorde: pasó esto, pasó. Es cierto que hay ciertos sintagmas con adjetivos valorativos, pero éstos siempre se ligan a cuestiones humanas o epítetos cristalizados (y vaya si no, como cruenta guerra). La cartas nutren sólo el núcleo del relato; el devenir está sostenido por unos párrafos descriptivos de la situación (no la grande referida a toda la península, ni la más íntima y familiar, sino la guerra en la zona); y por testimonios, entrevistas personales a excombatientes (falangistas, en la mayoría de los casos). También, cerca del final, incluye un diario de recluta en el frente ruso sin estridencias, parco y bello.
La guerra civil española, en épocas en que un revisionismo tiende a conformar monolíticamente el nuevo sentido común, aparece este libro con cartas de una manera simple y desnuda. No en vano dice que aquello que lo movió a la escritura fue la lectura de Soldados de Salamina, de Javier Cercas.
5 de julio de 1938 (Frente de Castellón)
Mis queridos padres:
Deseando se encuentren bien, yo bien gracias a Dios. En esta batería estoy muy bien, pues hay un chico paisano.
La carta que recibirían desde Salamanca diciendo que fueran a recoger un paquete a correos no vayan, pues el sábado eché la carta y el domingo fui a llevar el paquete con los pantalones y la camisa, y no me lo admitieron porque tiene que ser mandado para paisanos y no me dio tiempo de facturarlo, así que lo mandaré cuando tenga ocasión, pues estoy en el campo. Aquí estamos admirablemente entre naranjos. En las chabolas da gusto estar con la fresquita.
Me mandarán por correos un paquete con un poco de papel de escribir y un candado para el maletín o la llave.
El viaje lo hice admirablemente, estuve dos días en Salamanca, uno en Logroño, otro en Zaragoza y otro en Castellón, donde encontré la Batería.
Estoy de telefonista con otros dos de Extremadura, a Bernáldez lo mandaron a la 8va. Batería.
¿Y Joaquín? Lo que lo hecho de menos con su risita siempre en los labios.
Sin más, con recuerdos para todos (pues si pusiera uno a uno cogería otra carta), acordándome de la enfermera, las bordadoras, la chatilla y Don Hilarión. Y papá, ¿cómo está? Se despide su hijo.
Francisco Gragera
P.D. Me decís cómo sigue el niño de Rosario y si está la Sra. Ángela más fuertecita.
Al Pijín le mando muchos besos y a Jerónima y Ernesto, y a todos los que pregunten por mí.
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