Maria Callas, célebre por sus desplantes, era una amiga fiel. Su correspondencia con Luchino Visconti y Pier Paolo Pasolini revela la preocupación que sentía por aquellos que amaba
Por Hugo Beccacece
De la Redacción de LA NACION
Las cartas, los pequeños mensajes y las reflexiones anotadas en papeles sueltos de Maria Callas, muy poco conocidos, revelan la hondura de los sentimientos que la unían a sus amigos y a quienes consideraba sus maestros; además, muestran hasta qué punto esa mujer imperiosa, de arranques temperamentales, podía ser sensible y vulnerable. El cariño que suscitaba en quienes habían trabajado con ella, también quedó atestiguado en la correspondencia que le dirigieron sus fieles.
En una anotación, hecha al azar, reflexiona sobre su arte: "Donde cesa la palabra, comienza la música, dijo el admirable Hoffman (sic). Y, en verdad, la música es algo demasiado grande para poder hablar de ella. Pero, en cambio, siempre se la puede servir y respetar con humildad. Cantar, para mí, no es un acto de orgullo, sino solo una tentativa de elevación hacia esos cielos donde todo es armonía".
El afecto que Maria sentía por Luchino Visconti, de quien se dijo que estuvo enamorada, era retribuido por el hombre que la había dirigido en La vestale y en La traviata . Por su amado Luchino se había sometido al régimen de adelgazamiento que cambiaría su vida. En una carta del 2 de enero de 1958, en oportunidad de una versión de Norma (con régie de otro director), que terminaría en un escándalo, Visconti le dice: "¡En la imposibilidad de estar en el teatro esta noche pues mis ensayos me retienen en el Eliseo, te envió mis mejores deseos -siempre tan fervorosos y particularmente nostálgicos- en ocasión de esta Norma en la ópera de Roma! (sic) ¡Cuánto tiempo ha pasado, pero esos años no han logrado ni siquiera rasguñar mi admiración, mi inmensa devoción, y todo mi afecto, mi amistad por ti! Esta noche, a los aplausos, por cierto entusiastas, del público que te reservará la acogida habitual, uno los míos, desde el palco vacío del segundo piso, a la derecha, con el mismo ímpetu y entusiasmo, de ayer, de siempre. Te beso. Luchino".
Con Pier Paolo Pasolini, que convirtió a Maria en la protagonista de su film Medea , la cantante tuvo un vínculo de gran intimidad. Desde la primera clase de los aviones de Olympic Airways, en el papel con membrete de la aerolínea griega de Onassis, se confiesa con el cineasta y también le hace algunas observaciones sobre uno de los amantes del autor de Teorema: "Te escribo desde la nubes. Esto parece de verdad un hermoso tapiz, tan suave que se podría caminar sobre él. [...] El espíritu vuela donde quiere. Nadie le da órdenes al espíritu. Por lo menos no al mío, ni al tuyo. Es una gran fuerza Pier Paolo, ¿no lo crees? [...] Cuídate. Intenta tener paciencia con los débiles como Alberto. Sabes, querido amigo, verdaderos amigos, no he encontrado muchos, por no decir ninguno. Tú, en cambio, piensas que sí -lo siento- pero ya verás con el tiempo... Respeto tu verdad y tu sinceridad. Estamos muy ligados espiritualmente, hasta diría como rara vez uno puedo estarlo con alguien. Es algo raro y hermoso. Es preciso que dure. ¿Y qué significa que dure? [...] De hecho, Alberto no me convenció nunca -perdóname- estoy triste por ti porque sufres, él era uno de tus amigos. Pero como dice Dante: ´Mira y continúa tu camino . Tú eres mejor que ellos. Sé que todo lo que te digo no son sino palabras y las palabras no son más que palabras. Pero pienso en ti y en tu salud. Me gustaría tener noticias tuyas. Las mías son que levanté vuelo, pero el espíritu continúa mandando mientras el cuerpo puede. Y mi cuerpo me ha dado unos buenos bastonazos. Pero las tragedias no deben producirse sino en escena. Uno construye su vida con sus posibilidades. Hoy conozco las mías. Tenías razón. El que gana, ha ganado para siempre. Gracias por esas sacrosantas palabras. Pero sabes, todavía no desespero [...]. Maria".
En la carta del 5 de septiembre de 1971, Callas, una vez más, le da consejos a Pier Paolo: "La calma que me atribuyes la tengo de verdad. Me la he impuesto. (...) Me hice a mí misma y me construí, sola, el lugar que tengo en la sociedad, el respeto. Por supuesto, como tú dices, estoy sana, y eso es verdad, pero sé también que el orgullo me salva de muchas cosas. Hoy es la ruta más difícil por seguir, pero, a la larga, la única. No espero nada de nadie, o solo raramente un poco de amistad, lo que es mucho, pero puedo también quedarme muy a menudo sola. Me siento bien conmigo misma, solo me traiciono pocas veces. Me dirás que sermoneo. No, P.P.P. Me da pena verte sufrir. Dependías por entero de Ninetto [N. R.: el actor Ninetto Davoli, primero amante y después amigo de Pasolini] y no era justo. Ninetto tiene derecho a vivir su propia vida. Déjalo hacer, trata de ser fuerte. Debes serlo. Todos hemos pasado de un modo u otro por lo mismo. Sé el dolor inmenso que eso representa, quizá estoy más desilusionada que otros. Ciertas palabras no pueden consolar. Lo sé. Me hubiera gustado que sintieras la necesidad de venir a verme, pasar esos cinco minutos difíciles, pues solo se trata de 5-10 minutos de dolor atroz, después el dolor se mitiga, pero no has sentido la necesidad de mi amistad y eso me apena. Pero comprendo también tu reacción. (...) Te abrazo fuertemente, con todo mi afecto y soy siempre, creeme, tu mejor amiga (quizá es una presunción de mi parte). Maria".
Esas frases al amigo sobre la soledad y el dolor son la expresión más acabada del manto de aparente calma que cubría la congoja final de Callas. Apoyada sobre el orgullo, se aprestaba a salir de escena con dignidad.
Publicado en adn Cultura de La Nación el 15 de septiembre de 2007
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