lunes, 3 de septiembre de 2007

Libros

Diario y Correspondencia
Horacio Quiroga
Losada


Confidencias extremas
Por Soledad Quereilhac

Esta edición de textos personales de uno de los más importantes autores rioplatenses, la más amplia publicada hasta la fecha, permite atestiguar la evolución íntima de una vida creativa que aspiraba al dandismo, pero optó por los edenes más salvajes

A menudo, la publicación de epistolarios y diarios privados convoca la pregunta sobre cuán ético es dar a conocer textos que no fueron pensados para circular entre un público masivo. También, en la intimidad de la lectura, surge cierto escozor ante la pregunta sobre cuán ético es no poder evitar leer ese material, interesarse en él ya sea por una búsqueda estética, por ambición erudita o, simplemente, por curiosidad escabrosa. En una época en la que las correspondencias privadas de escritores continúan fascinando a los lectores, estas preguntas quedan aún flotando como un eco molesto, en la intermitencia de sus razones y falsedades. Lo que sí parece ofrecerse como una tranquilizadora certeza es que, en el caso de las cartas y diarios escritos en tiempos muy distantes al nuestro, uno tiene la posibilidad de acceder al despliegue de una sensibilidad histórica que ya no existe y, sobre todo, a las formas con las que un artista del pasado comunicó maneras de sentir y de hablar que, acaso por las reglas propias del arte del momento, no hubieran podido ingresar en novelas, relatos o poemas.
El Diario y correspondencia del inolvidable escritor Horacio Quiroga, quinto y último volumen de la edición de sus Obras que han llevado adelante Jorge Lafforgue y Pablo Rocca, es un notable ejemplo de ello. En los centenares de cartas que reúne el volumen -"el epistolario quiroguiano más amplio conocido hasta la fecha", como aclaran los editores- es posible conocer no solo aspectos de su vida, su vínculo con la literatura y con la naturaleza, sino también la expresión de una sensibilidad masculina, tan singular como atravesada por su época, que no siempre había dejado rastro en su literatura.
El volumen, que abarca textos escritos desde 1900 hasta 1937, está organizado de manera inteligente y cuenta con un útil cuerpo de notas. El primer gran bloque de cartas lo ocupan las dirigidas a sus amigos uruguayos de Salto, A. Brignole, los hermanos Delgado, E. Amorim y J. M. Fernández Saldaña. El segundo bloque, "Dos profesionales", presenta las cartas que Quiroga intercambió con Luis Pardo, secretario de redacción de Caras y Caretas , y con César Tiempo, quien editó su libro Más allá en 1935. En el tercero, aparece la correspondencia que, desde Buenos Aires, Quiroga envió a su empleado en San Ignacio, Isidoro Escalera, mientras que en el cuarto, bajo el título "Hermanos menores", se incluyen las afectuosas cartas que el salteño intercambió con dos amigos íntimos de su adultez tardía: Julio Payró y Ezequiel Martínez Estrada. El volumen se completa con una sección de "Misceláneas" y con la reedición de su Diario de viaje a París (1900).
En una de las cartas que Quiroga envía a su amigo José María Delgado, en la que habla de su libro Cuentos de amor, de locura, de muerte (1917), el escritor anota: "lo que me interesaba saber sobre todo es si se respiraba vida en eso". La frase sintetiza lo que, curiosamente, también sucede con parte de este epistolario, aunque bajo un registro de escritura distinto. La mayoría de las cartas escritas desde San Ignacio, en las que Quiroga, a la par que se queja de su estrechez económica o de su -por momentos- insoportable soledad, transmite esa intensidad de vida "a la intemperie", ese desafío constante de dominar el avance del monte, de hacer productiva la tierra, de trabajar para la subsistencia, temas que, al igual que en su literatura, no parecen ser producto de un artificio, sino el sustrato fundamental, la experiencia única que da nacimiento al artificio artístico. Al igual que Rudyard Kipling y, por qué no, Jack London, en Quiroga la vivencia de la acción directa sobre la naturaleza puede ser, a la vez, representada bajo formas letradas que comulgan con esa "vida intensa" y que logran concretar un feliz encuentro entre palabra y vida, entre arte y experiencia.
En las cartas afloran, asimismo, las contradicciones de Quiroga en su rol de "patrón". Incómodo, a veces, frente a la obsecuencia de sus peones o irritado en cambio porque no ven en él un "par", sino un tacaño patrón que "roba" el trabajo de los demás, Quiroga no puede ver que, aun en plena "vida salvaje", existen las diferencias sociales, por más que las desafiantes tareas civilizatorias de " pioneer agrícola" se le presenten como patrimonio de todos. En contraposición a ello, su intercambio de cartas con editores, en los que el dinero y la "cotización" de sus relatos ocupa muchas líneas, demuestra la sólida conciencia de Quiroga en su otro rol pionero: haber sido uno de los primeros escritores profesionales del Río de la Plata.
Hay también, en todo el epistolario, un excelente registro de sus lecturas y preferencias literarias que trazan un recorrido cabal de vida: desde el decadentismo juvenil, la fascinación por D Annunzio y por el Lugones de Los crepúsculos del jardín , hasta el gran viraje que significó su descubrimiento de los rusos -sobre todo Dostoievski, admirado "por su sinceridad"-, su aprendizaje técnico de Poe y de Maupassant, y finalmente su hallazgo de la literatura de Kipling.
Pero, sin dudas, uno de los aspectos más reveladores del epistolario -que había recibido alguna censura en ediciones anteriores- es el que toca a lo amoroso y al vínculo con las mujeres. Entre los imperdibles relatos de aventuras sexuales ("Corrida y todo como debe serlo con sus doce años de París, me negó coito en son de suprema ternura, como una casta lo otorga por igual motivo") o la queja por los desaciertos ("siempre me tocan histéricas"), aparecen las "confidencias extremas" a Martínez Estrada, interlocutor que inspiró en Quiroga sus mejores y más emotivas cartas.
El Diario y correspondencia ofrece un material fascinante para aquellos lectores quiroguianos que aún hoy sigan siendo interpelados por su "bárbara prosa", por este inverosímil aprendiz de decadente que hubo de salir en busca de más salvajes edenes artificiales: "Pues, ¿qué puede ofrecer el desierto a un hombre, si este no se empeña en sacar de él un paraíso?"


Publicado en adncultura, suplemento del periódico La Nación, el 1 de septiembre de 2007

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