Un año de cartas desde París
"El mundo sólo será feliz cuando todos los hombres tengan alma de artistas, es decir, cuando todos sientan el placer de su labor."
A. Rodin, Mi testamento
Por Alberto Belucci
La muestra inaugurada anoche en el Museo Nacional de Arte Decorativo, una de las más importantes de los últimos años en Buenos Aires, permite actualizar la particular relación que existió entre el maestro de Meudon y los dueños originales de esta casa, Matías Errázuriz y Josefina de Alvear. A principios del siglo XX, el matrimonio adquirió en París tres obras de Rodin que luego, cuando la residencia familiar se convirtió en museo nacional, en 1937, pasaron a integrar las colecciones del organismo. Además de un pequeño león en bronce, testimonio de los tempranos contactos de Rodin con el insuperable animalier Antoine Barye, los Errázuriz adquirieron, por recomendación de Rodin, La eterna primavera, ejemplar de una breve serie en mármol realizada cuatro años antes sobre el tema recurrente de la pareja joven en abierta exaltación de la pasión amorosa. Esta obra, que normalmente se exhibe en el salón Luis XVI, en esta ocasión forma parte del módulo Mitos y alegorías, donde se agrupan esas voluptuosas figuras rodinianas que -más allá del argumento mitológico que les sirve de excusa temática- entrelazan sus cuerpos y almas en una suerte de expansión erótica que los vuelve fluidos e inmunes, incluso, a la ley de gravedad.
En cuanto al proyecto de chimenea, habitualmente ubicado en el Gran Hall del Museo, se ha trasladado para esta exposición el núcleo de La Puerta del Infierno, obra monumental con la que comparte la mayoría de sus componentes iconográficos, tales como Adán y Eva, un par de figuras colosales pensadas para los laterales, y la Muerte del Poeta, que ocupa el frontis superior bajo un remolino de figuras que lo sobrevuelan. El proyecto de chimenea fue encargado a Rodin por don Matías, quien imaginaba reemplazar el modelo clásico previsto en los planos por una propuesta plástica más arriesgada y espectacular. Las tratativas entre Errázuriz y Rodin abarcaron más de un año, entre principios de 1912 y abril del año siguiente, en un moroso intercambio de correos, tan diferente de la dinámica comunicacional de nuestro tiempo afín a los objetivos y capacidades de Claro y Telmex, patrocinadores de La era de Rodin. De aquel proceso epistolar el Museo conserva copias facsimilares de siete cartas de los Errázuriz al artista -cuyos originales se conservan en el museo Rodin de París- y cinco manuscritos originales de éste a sus clientes sudamericanos, que para esta ocasión se van a exponer al público. Al "mayor deseo de veros y charlar sobre esculturas para mi casa de Buenos Aires", como le escribe don Matías el 12 de febrero de 1912, Rodin le contesta a principios de abril: "He pensado en vuestra propuesta y quedo desde ahora a vuestra disposición. [...] Más que bocetos le mostraré obras modeladas e inéditas. Le pido que venga a Meudon, deseo estar allí con usted, así, delante de las esculturas modeladas, la elección se realizará siempre mejor que sobre temáticas". Probablemente una o más reuniones tuvieron lugar hacia la primavera, pero sólo en la carta del 26 de marzo de 1913 el escultor informa al cher Monsier Errazuritz (sic): "Estoy feliz al saber que su largo viaje haya terminado; vuestro regreso a París me permitirá mostrarle lo que he hecho y continuar nuestro trabajo conjunto". Claro que al llegar el momento de los números, el acuerdo se fue diluyendo. Errázuriz estimó que el precio era demasiado elevado, pidiendo "disculpas por ofrecerle un precio menor que el que usted desea, aunque teniendo en cuenta que la obra ya está realizada y que sólo se deben cambiar las proporciones, quizá se me permita abrigar alguna esperanza" (7/04/13). Pero esas esperanzas se evaporaron con la respuesta que quince días más tarde envió el artista, diciendo que "el precio que usted me ofrece es insuficiente para mí y para una obra de esta calidad". Con lo cual los Errázuriz Alvear debieron contentarse con la maqueta de bronce.
Las más de setenta obras que conforman La era de Rodin, procedentes del Museo Soumaya, de México, y del Museo de Ponce, de Puerto Rico, han atravesado un siglo de historia y un océano para recalar y afincarse en diferentes destinos latinoamericanos. Buenos Aires las recibe como a viejos conocidos, que vienen a reencontrarse con antiguos compañeros del taller donde fueron creados y formados. Esta exposición nos abrirá a la fruición de experimentar el mármol hecho carne, el bronce hecho músculo, la materia hecha espíritu. Tal es la lección del arte poderoso de Rodin, de Camille y sus colegas.
Publicado hoy en el suplemento ADNCultura, del diario La Nación de Buenos Aires.
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