La edición de las cartas de Vicenta Lorca a su hijo revelan la cara íntima y familiar del poeta
Matías Néspolo
Hubo tantos Federicos como personas le conocieron. La identidad del poeta de Fuente Vaqueros se fragmenta en los testimonios que la reconstruyen. Pero quizá la imagen más genuina e íntima de Federico García Lorca aún permanecía oculta.
«Ante nuestra propia madre no hay máscara que valga», apunta el editor Malcolm Otero. Esa es la clave del aporte de Víctor Fernández, el periodista que saca a la luz un Federico desconocido, el que se refleja en la mirada de su madre, Vicenta Lorca Romero.
«El problema con autores de la talla de Lorca es que la leyenda y el mito empañan al personaje real que se vuelve irrecuperable», explica Fernández, quien recupera «el costado más humano» del autor de Romancero gitano con su trabajo de recopilación y edición de las Cartas de Vicenta Lorca a su hijo Federico (RBA).
Se trata de la primera edición de las misivas que envió la madre de Lorca a su hijo, entre octubre de 1920 y agosto de 1934, «casi exactamente dos años antes de la muerte del poeta», apunta Fernández. El epistolario consta de 34 cartas, de las que sólo algunas se tenía noticia por los escasos fragmentos publicados por Mario Hernández, Andrew A. Anderson y Christopher Maurer, pero jamás editadas en forma íntegra.
Relativamente breves, sencillas y directas, las misivas despliegan sin embargo una gran cantidad de matices. Aparte de las abundantes referencias familiares, y de las típicas preocupaciones maternales sobre la salud y las necesidades materiales de su hijo en la Residencia de Estudiantes, las cartas «revelan el impulso que dio Vicenta a su obra literaria», aclara Fernández.
«No hay que olvidar que fue su primera lectora», dice el periodista –también autor de libros como Desmuntant Woody Allen o Marilyn íntima–, recordando algunos consejos maternales: «como cuando le sugiere de manera indirecta que le lleve su última obra de teatro a Margarita Xirgu, que tenía mucho más tirón en la época que Gregorio Martínez Sierra» o como cuando «le pregunta a qué editor ha entregado su último libro».
Maestra de férrea voluntad, «encantadora y dulce» –según Pepín Bello–, Vicenta sólo pasa por alto un tema; la homosexualidad del poeta. «Lorca tenía pánico de que alguien de su familia lo supiera y de hecho sus herederos no hablaban hasta hace poco de eso», dice Fernández. Sin embargo, «Vicenta debería de sospecharlo porque la cuestión circulaba en los corrillos de Granada», concluye.
Publicado en el periódico El Mundo, de España, el 28 de enero de 2008
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