domingo, 31 de agosto de 2008

Las cartas de la política:

Fragmento del artículo de Alejandro Boverio publicado en la Revista Digital No-Retornable. Allí también se repoducen a manera de antología las cartas polémicas que circularon por el conflicto del Gobierno Argentino y la entidades del campo.

No es casual, entonces, que las intervenciones de los intelectuales argentinos sobre (y en) política, las más interesantes, adopten un género literario muy específico, el epistolar. Podría hacerse una genealogía de la larga tradición de intelectuales que se han pronunciado ante cuestiones eminentemente políticas, en el modo de la misiva. Basta recordar las Cartas Quillotanas de Alberdi que no pueden ser leídas más que junto con Las Ciento y Una de Sarmiento, allí la polémica o el debate le da lugar al duelo político-literario entre realismo y romanticismo, pasando luego por la correspondencia entre Cooke y Perón en donde el problema de la herencia política sea tal vez el más inquietante, hasta llegar al pronunciamiento de Rodolfo Walsh en su Carta abierta a la Junta Militar en el que guarda fidelidad, como él mismo dice, al compromiso que asumió de dar testimonio en momentos difíciles. Vale la pena señalar que una de las últimas grandes reflexiones filosófico-políticas que se dio en nuestro país, también se hizo pública a partir de un intercambio epistolar: se inició con la carta que disparó Oscar del Barco a la revista cordobesa La Intemperie y la sucedieron una catarata de respuestas, todas poniendo en cuestión el estatus de la violencia política en la década del setenta.

sábado, 30 de agosto de 2008

Lo esencial visible



Un cuento inédito de Pablo De Santis publica hoy el suplemento ADN del diario La Nación. En él, el narrador cuenta su obstinación para encontral el original de "La carta robada" de E. A. Poe.





El relato escondido

En agosto de 1885 un hombre de traje negro, al que le faltaba la mano derecha, se presentó en mi casa. En su mano izquierda llevaba un maletín de cuero. Dijo llamarse Virgil Spatia; era un representante del estudio de abogados Miller & Benson, de Baltimore, y tenía el penoso deber de avisarme que mi tío, Joseph Moran, había muerto. El hombre esperaba alguna muestra de congoja de mi parte, pero mi tío era una figura remota para mí y la muerte, más que despedirlo, lo hacía bruscamente presente. Pregunté, para disimular mi falta de zozobra, si el estudio siempre se había ocupado de los asuntos de mi tío. Spatia dirigió su brazo derecho a una taza de té que acababa de servirle, como si de pronto hubiera olvidado la pérdida de su mano, y respondió que él no sabía nada de eso porque no era un empleado del estudio. Sólo ocasionalmente hacía encargos para estos abogados. Agregó:

-Trabajo para una agencia de malas noticias; por una suma módica decimos lo que nadie más quiere decir. Nos presentamos provistos de sales contra desmayos, pañuelos perfumados y frases oportunas.

Yo no necesitaba ninguna de esas cosas. Antes de marcharse Spatia sacó de su maletín de cuero una carta donde los abogados me informaban que era el dueño de la casa de Moran, en Baltimore.

-Esa no es una mala noticia -dije.

-Es que usted todavía no ha visto la casa -se despidió Spatia.

Nadie recuerda hoy el nombre de Joseph Moran, pero en la década del 50 tuvo cierta fama como retratista de sociedad; en las grandes mansiones de Baltimore nunca faltaba un retrato de la dueña de casa, debidamente rejuvenecida y embellecida por el pincel de Moran. A veces les hacía el favor a sus modelos de construir sobre la tela un efecto de neblina. Esa misma neblina se corresponde muy bien con los recuerdos que tengo de mi tío: como siempre detestó a los niños, sólo una vez se acercó a mí, y fue para preguntarme dónde estaba el baño. Esa vaga lejanía que el hermano de mi madre habitaba con comodidad es en mis recuerdos un rasgo físico, como su altura exagerada o su bigote prudente.

Moran había heredado una pequeña fortuna de su esposa, una descendiente de holandeses que había muerto a la edad de treinta años, pero la había gastado por su manía de coleccionista. En una época fueron los grabados japoneses, en otra, las espadas medievales, y por último, los barcos en botellas. Su casa, mientras tanto, había desarrollado su propia colección de caños rotos, paredes descascaradas y pisos devorados por insectos. Convertir esa casa en un lugar decente podía costar una fortuna. Yo esperaba que la casa solucionara sola sus propios problemas, y que las colecciones inútiles pagaran los caños rotos y la mampostería deshecha. Pero esperaba algo más: quería encontrar, entre las 324 cajas (las conté) con papeles de mi tío, el original de "La carta robada", de Edgar Allan Poe.

Mi tío era un hombre con fama de fabulador; empezó, como tantos mentirosos, a cometer por interés algunas pequeñas faltas a la verdad, y terminó por ignorar desinteresadamente la diferencia entre realidad y fantasía. Era muy difícil adivinar qué había de cierto en el catálogo de sus hechos, pero algo estaba fuera de toda duda: en su juventud había conocido a Edgar Poe. En 1844 el escritor se había mudado con su esposa a Nueva York. Mi tío estaba viviendo entonces en la ciudad y lo había conocido a través de la familia Brennan, que le había alquilado la casa al poeta. La gente que tiene la fortuna de no dedicarse a las artes procura que los artistas se conozcan entre sí, como si alguna vez, en la larga historia de la literatura, de la pintura y de la música, algún artista hubiera mostrado algún genuino interés por otro. Luego de algún recelo inicial, Poe y Moran comenzaron a reunirse por las tardes para conversar de sus temas favoritos: ellos mismos. Moran aprovechaba estos momentos para trazar algunos bocetos para un retrato al óleo de Poe. En ese momento estaba escribiendo "La carta robada" y Moran se había propuesto que el cuadro lo mostrase trabajando en la corrección final del cuento. Cuando estaba por terminar la pintura, que mostraba a Poe sentado en un sillón de alto respaldo, sosteniendo las cuartillas con la mano izquierda, Moran prometió hacer una réplica para regalárselo; Poe, agradecido por anticipado, le entregó el original del cuento. Mi tío siempre se había jactado, en las pocas comidas familiares a las que asistió, de la posesión de esas páginas.

Durante meses recorrí cada centímetro de la casa buscando esos papeles. Yo había escrito a los veinte años La tragedia de Edgar A. Poe, pequeño tratado que había pasado inadvertido incluso entre los especialistas en Poe. Las tesis del libro eran audaces, su justificación, sólida: no encuentro otro motivo para este vacío que las maquinaciones de Rufus Griswold, implacable albacea de Poe, a quien Baudelaire tuvo el buen tino de calificar de "pedagogo vampiro". Contaba con que el hallazgo de un original me permitiera cotejar las distintas versiones que existían del cuento. Más de treinta años después de la publicación de mi libro, confiaba en que un artículo contundente rescataría mi obra juvenil de su injusto olvido.

La tarea de reconstruir la casa fue comiéndose las colecciones de mi tío: un rematador diligente me liberó de estampas japonesas y de esas herrumbrosas espadas que, mal fijadas en las paredes, a menudo se venían abajo y terminaban clavadas en el piso. Dejé para lo último la pintura de Poe que pasó a integrar una colección de grandes retratos que se llamó Hombres representativos y que recorrió tres Estados. Con lo que saqué de la pintura me pagué un viaje a París, y una larga estadía en el Hotel de Marte. El hotel no estaba en mejores condiciones que mi casa, pero cuánto más tranquilizador es ver un techo que gotea o que se cae sabiendo que no es deber nuestro pagarles a los albañiles. Lo bueno de viajar es que, fuera de casa, podemos contemplar todo derrumbe con el corazón en paz.

La distancia es un instrumento de la verdad; al volver y estar de nuevo solo en la gran casa, cuyos trabajos parecían no avanzar nunca, comprendí la verdad de la historia. Fue de noche: no podía dormir y, para distraerme, tomé al azar uno de los diez volúmenes de las obras completas de Poe, en la edición de Woodberry y Stedman, y abrí el tomo en una página cualquiera: era "La carta robada". Entusiasmado por la doble coincidencia, lo leí como si no lo hubiera leído nunca. A veces la literatura nos muestra que asuntos que parecen lejanos son los nuestros. El cuento no hablaba de una carta perdida o de un investigador ocioso y sagaz: hablaba de mí, de la gran casa vacía, de mi búsqueda insensata. El cuento había estado a la vista de todos todo el tiempo y sólo yo, por azar, había descubierto el secreto.

El cuadro se exhibía entonces, junto a las otras piezas de la colección, en la alcaldía de Richmond; allí entré de día y me escondí a esperar la noche. Solo, en la oscuridad, armado con una linterna y un cortaplumas, fui al encuentro del original perdido. Había llegado a la conclusión de que la pintura ocultaba el cuento verdadero: lo que se veía en la pintura, aprisionado en el barniz, como un remoto grillo en el ámbar de un árbol petrificado, era el papel real. Apenas llegué a hacer un tajo en la superficie: de inmediato tres hombres cayeron sobre mí, como si salieran de los grandes retratos. Pero no eran hombres representativos, sino guardias: olían a tabaco y brandy y me golpearon con la alegría que la gente baja encuentra en la violencia inmotivada.

Hoy el retrato se exhibe en el primer piso del Museo Edgar Allan Poe, de Richmond. Intenté acercarme en tres ocasiones, pero, a pesar de mis variados disfraces, siempre me descubrieron. Además, nunca dejan sola la pintura. Para no quedar como un loco publiqué una carta en el Enquirer local donde revelaba los motivos de mi acto; fue un momento de tribulación, del que me arrepiento: hubiera debido guardar el secreto. Desde entonces, los muchos visitantes que conocen la historia tratan de descubrir si realmente hay papeles allí abajo, o si es sólo un efecto de la luz. La pintura, debo decir, ha envejecido, y Poe parece un muñeco de cera: los colores se han vuelto opresivos y odiosos. El tajo, en cambio, es nítido, y al cabo de tantos años ha hecho suyo el secreto del arte: no cesa de prometer algo que nunca termina de mostrar.

Por Pablo De Santis


Más cuentos con cartas, aquí. Por una entrada a "La carta robada", aquí

jueves, 28 de agosto de 2008

Carta de San Agustín:


Agustín obispo a los muy amados hermanos encomendados a nuestro cuidado: que la salvación que está en Cristo, y la paz de la unidad y de su caridad esté con vosotros, y que vuestro espíritu y vuestra alma y vuestro cuerpo se mantengan intachables hasta la llegada de nuestro Señor Jesucristo.
Réplica a Petiliano, que pide contrarréplica
I. 1. Recordáis, hermanos, que un día llegó a nuestras manos un reducido fragmento de una carta de Petiliano donatista, obispo de Constantina , y que yo escribí a vuestra caridad lo que tenía que responder a ese pequeño fragmento. Pero después, al enviármela completa y cabal los hermanos de allí, me pareció bien contestarla desde el principio, como si estuviera en presencia de ellos; sabéis bien que siempre he querido conferir con ellos de suerte que, sin afán de pelea, tras el debate, quede a todos patente qué es lo que afirman ellos y nosotros.
Sabemos que muchos tienen en sus manos esa carta y han aprendido de memoria muchos párrafos de la misma, y piensan que él ha dicho algo válido contra nosotros. Ahora bien, si quieren leer nuestra contestación, sin duda se darán cuenta de lo que tienen que rechazar y de lo que deben aceptar. Porque las explicaciones que se dan no son de nuestra cosecha, como bien pueden comprender si quieren juzgar sin prejuicios. Todas están tomadas de las santas Escrituras y con tal fidelidad, que sólo puede negarlas quien se confiese enemigo de esos Libros.
Sobre nuestra obra, bien sé lo que pueden decir los defensores tan pertinaces de una mala causa, es decir, que yo he respondido a su carta estando él ausente, sin que pudiera oír mis palabras para contestarlas de inmediato.

(...)

Para leer completa, aquí

miércoles, 27 de agosto de 2008

Nosotras, presas políticas (1974-1983)

Viviana Beguán (coord.)
Buenos Aires, Nuestra América, 2006

Por M. N.
En el libro Tiempo pasado, Beatriz Sarlo arremete contra el testimonio como fuente privilegiada para construir la historia. Y si, para Sarlo, se debe señalar una historia empoltronada en el testimonio, ésa es la historia de la militancia de los años 70 en la Argentina. Nosotras, presas políticas es justamente eso: un libro hecho de testimonios que narra en primera persona (sólo enunciados referidos directos) la experiencia de 112 prisioneras políticas en el penal de Villa Devoto entre los años 1974 y 1983.
El libro estructura a partir de un orden cronológico, por un lado, y por según los géneros, por otro. Relativo al orden cronológico, cada capítulo está encabezado por el año al que se referirán los testimonios de ese apartado; a la postre, se agregan poemas, dibujos y cartas fechadas en ese año. Relativo al ordenamiento por géneros discursivos, el cuerpo principal del libro focaliza en el testimonio, mientras que en un cd adjunto se despliegan quinientas cartas tipeadas.
Resulta interesante contrapuntear el testimonio, relato personal que se hace después de tantos años (“La memoria es una construcción, ya se sabe. Además, selecciona cuidadosamente los recuerdos” dice una de las testigos antes de arrancar su relato), con el de las cartas. Esto, porque permite tensar estos dos géneros del yo que exhiben, en varia medida, caracteres antagónicos: la carta es contemporánea al suceso mientras que el testimonio es evocatorio; el testimonio magnifica su discurso a la búsqueda de un auditorio universal mientras que la carta es íntima. Sobre este último punto, la carta de cárcel tiene la particularidad de prever un doble enunciatario: el familiar y el censor. De hecho, uno de los testimonios recrea un pequeño fragmento de una de las cartas de Yeya, presa política: “Espero que al censor o a la censora no les parezca mal esta expresión, pero ellos saben mejor que nadie lo que ocurre en el penal y sé que en el fondo comprenden y no están de acuerdo con sanciones tan largas. Los saludo a los censores y espero que no paren demasiado nuestra correspondencia.”

Se supone que debería comenzar con un cierto orden de prioridades dado por las preguntas relativas a los chicos, Naná y vos. Pero no, empiezo por jugar con vos, que es una manera —como cualquier otra— de continuar nuestras charlas de siempre. Por ej: retorno el planteo que le hacía a Martha en una carta, ¿te acordás? Le decía que el momento en que yo escribo es presente para mí pero no existe para ella; cuando mi carta le plantea el diálogo, es su presente que yo desconozco pero que entreví como futuro mientras escribía. Finalmente, ella, mi lectora, lee mi presente como un pasado. Todo esto me trae la imagen de una lanzadera que tendiera infinitos hilos invisibles en cuya toalla cabe la realidad de un rato compartido, más allá de cualquier coordenada témporo-espacíal. Si me atengo a la vena pesimista, todo se constituye en un soberano desencuentro. Si me aferro a la magia de lo que nuestras manos y nuestras vidas hacen, creo en la posibilidad de este encuentro irrebatible. Entonces, tarde nublada y húmeda de esta primavera porteña, invento un rincón cualquiera para los dos, y me acomodo como tantas veces a tu lado, con mate y puchos. No quiero tocarte: tu piel podría suscitarme, o mejor actualizarme, la necesidad de otras “secretas ceremonias de interiores” que ninguna carta, ningún sueño, podría satisfacer.



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lunes, 25 de agosto de 2008

Posdata te amo:

Richard LaGravrenese
Estados Unidos, Alcon Entertainment, 2007



Luego de la muerte de su esposo a causa de una larga enfermedad, Holly Kennedy no encuentra más consuelo que llamar a su celular para escuchar la voz de su amado en el contestador. Pero en el día de su cumpleaños, Holly recibe una cinta que su marido había grabado para ella. Allí le dice que salga adelante y le advierte que irá recibiendo cartas que le indicarán los pasos a seguir sin él.
A lo largo de la película, y a través de la lectura de las cartas, se van viendo escenas de la vida de Holly y Gerry desde que se conocieron en Irlanda, mientras que, paralelamente, ella irá cumpliendo con las consignas escritas en las cartas.
Si bien estamos frente a una comedia romántica con todo lo que el espectador sabe que ello implica, los recursos utilizados en el film no son los clásicos de Hollywood en este género, sino que se centra en situaciones más cotidianas que apasionadas, permitiendo una identificación con los personajes sin esfuerzos.
Las cartas son el eje central de la historia, y si por un lado transmite la sensación del amor más allá de la muerte, también por momentos se observa el riesgo de la dependencia hacia ellas, ya que Holly en cierto punto las necesita casi con una obsesión adictiva. Pero las cosas se van desarrollando de tal manera, que lo que cualquier espectador frecuente del género romántico pueda esperar, no siempre será ese el camino a seguir por el film.


Ficha técnica

Título original: P.S. I Love You
Dirección: Richard LaGravenese
Guión: Richard LaGravenese y Steven Rogers
Género: Drama
Intérpretes: Hilary Swank, Gerard Butler, Lisa Kudrow, Gina Gershon, James Marsters, Kathy Bates, Harry Connick Jr., Nellie McKay, Jeffrey Dean Morgan, Dean Winters
Fotografía: Ferry Stacey
Música: John Powell
Origen: Estados Unidos
Año: 2007
Duración: 126 minutos


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sábado, 23 de agosto de 2008

Cartas alegres y melancólicas:


De cómo Nietzsche perdió la razón

"Uno de los documentos más conmovedores del espíritu humano". Con estas palabras calificó el escritor austríaco Stefan Zweig las cartas que la madre de Friedrich Nietzsche (1844-1900) escribió al matrimonio Overbeck.
En ellas, una anciana Franziska Nietzsche da cuenta de cómo evolucionó hacia la locura la mente de su hijo, considerado uno de los pilares del pensamiento contemporáneo.
Más de un siglo después de la última epístola, Mi melancólica alegría, de la editorial Siete Mares, llega ahora a las librerías con esas 60 cartas de gran valor documental, la mayoría inéditas en castellano y publicadas por primera vez como libro.
"En las horas del crepúsculo, cuando la oscuridad suele ser tanta que ni siquiera nos vemos, realizo una especie de ejercicio de memoria. Por ejemplo, le pregunto por Epicuro, Aristóteles, 'cuénteme quién fue (...)'. Y me cuenta cosas durante una hora (...), de tal manera que siempre lamento que no lo escuche ninguna persona culta y erudita que pudiera replicarle de manera análoga" (5/10/1890).
Este extracto de una de las cartas refleja la hazaña materna, la de una madre de poco bagaje cultural y fuerte convicción religiosa que no sólo dedicó sus últimos ocho años de vida al cuidado de su hijo sino que decidió leer, por primera vez a sus 70 años, su obra completa.

Camino hacia la locura
El inicio de la correspondencia coincide con el primer episodio del viaje hacia la demencia de Nietzsche. Fue a finales de 1888, cuando el filósofo sufrió en Turín una crisis nerviosa de la que ya no logró recuperarse.
Diagnosticado con parálisis cerebral progresiva, en 1889 fue trasladado hacia Basilea, Suiza, por su buen amigo Franz Overbeck, donde Franziska fue a recogerlo para internarlo en una clínica psiquiátrica de Jena.
Las cartas, dirigidas al profesor Overbeck y su esposa, Ida, empiezan con ese viaje desde Basilea, continúan con el traslado de "Fritz" a la casa familiar de Naumburgo y se prolongan hasta pocos días antes de la muerte de la madre, en 1897.
El testimonio se adentra en la dura vida cotidiana de ambos, los problemas económicos que atravesaron y el progresivo deterioro del autor de Así habló Zaratustra.
Franziska cuenta como, para una mujer de arraigadas creencias religiosas, afrontar la lectura de Zaratustra no resultó fácil. "Me afecta mucho, en la medida en que los cimientos de nuestras creencias se tambalean, y al final, incluso, podría resentirse el amor que siento hacia un caballero tan querido y un hijo tan amado" (15/04/1891).
La correspondencia también rebela la suerte que corrió la obra inédita del filósofo y las maniobras para manipular su legado por parte de su hermana Elizabeth, quien se encargaría de relacionar a Nietzsche con los nazis y de exhibirlo en público, tras la muerte de su madre, cuando ya no era capaz de reconocer a nadie.
Si bien el interés documental de lo narrado es incuestionable, las cartas son un reflejo de la entrega de una madre a la atención continua de su hijo enfermo.
Como ella misma escribe en julio de 1896: "Alabado sea Dios sólo por haberme permitido hasta ahora prodigar los cuidados a mi hijo (...). Él sigue siendo mi melancólica alegría".


Publicado en BBC Mundo el 9 de agosto de 2008
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viernes, 22 de agosto de 2008

Abrazo tierno:

Cartas desde la cárcel
Antonio Gramsci
Buenos Aires, Nueva Visión, 2005

Por M. N.
La compilación de sus cartas de cárcel conforma la misma serie de la de sus cuadernos. Es que, de hecho, la mayor parte de su vida activa de producción política e intelectual fue dentro de esas paredes.
El libro exhibe las cartas íntimas que van desde noviembre de 1926 hasta enero de 1937. Todas están dirigidas a los miembros de su familia –madre, esposa, cuñada, hijos, etc.; de todas, éstas, las más copiosas son las que les envió a su cuñada Tania, hermana de Yulka, su mujer. También hay, sobre todo al final del libro, las de la época en las que sus hijos, Delio y Giuliano, ya se volvieron grandes y pueden leer por sus propios medios.
La particularidad de las cartas de Gramsci se basa, entre otras cuestiones, en la evidenciación del doble enunciatario del discurso epistolar carcelario: se dirige a su familiar y a su censor al mismo tiempo. Pero aun así, las cartas son concebidas por el propio Gramsci como el pan para el hambriento. Necesita de ellas, las pide, las exige con insistencia. La necesidad de escribir cartas permanentemente a partir de una cotidianeidad tan monótona lo lleva a inventar referentes permanentemente, que eludan la constante de las cuatro paredes y las enfermedades que lo aquejan.
Otro tema es el terror a la mentira por carta: la imposibilidad de comprobar lo que se dice lo lleva a elaborar análisis como el científico con su corpus (para luego solicitar ratificaciones o rectificaciones). Tanto es así que en alguna de sus cartas hace alarde del sistema empleado a partir del trazo ajeno:
Yo leo tus cartas repetidas veces. Las primeras, como se leen las cartas de quienes nos son más queridos, diría “desinteresadamente” o sea, con el solo interés de mi ternura hacia ti. Luego las releo “críticamente” o sea, para tratar de adivinar cómo estabas durante el día en que pudiste escribirme, etc. Observo también la letra, la mayor o menor seguridad de la mano, etc. En suma: de tus cartas trato de extraer todas las indicaciones y significaciones posibles (251).
Las cartas a su mujer son las más complejas. Existe allí una permanente tensión en función a la idea de “diálogo”: Gramsci le reclama permanentemente que se comunique. Pero también, así lo dice, hay defecto propio, sobre todo derivado de las elisiones que provocan las condiciones de tener que escribir en un tiempo determinado por el sistema. La educación de sus hijos es otro de los tópicos de estas cartas a su mujer.
Tatiana Schucht, hermana de su mujer, pareció dedicar su vida a preservar lo más posible a Gramsci de los sufrimientos de la cárcel. Y también fue la atesoradora de su herencia literaria de cartas y cuadernos.

Queridísima Yulca

Para hacerte reír quisiera escribirte una carta estrictamente profesional llena de pedantería desde la cabeza hasta los pies, pero no sé si lo lograré. La mayoría de las veces soy pedante sin proponérmelo. Me he fabricado un estilo de circunstancias, obligado por la presión de los acontecimientos acaecidos durante esta década de múltiples censuras. Quiero contarte un “pequeño” episodio para hacerte reír y hacer que comprendas mi estado de ánimo. Cierta vez, cuando Delio aun era pequeño, tú me escribiste una carta muy graciosa, en la que querías demostrarme cómo el pequeño se iniciaba en la... geografía y en la orientación: Me lo describías en la cama, tendido de norte a sur. Los que le hablaban, como en dirección a su cabeza, eran los pueblos que atan perros a sus carros. A la izquierda estaba la China; a la derecha estaba Austria, las piernas señalaban la Crimea, etc. Para poder recibir esta carta tuya tuve que discutir más de una hora con el director de la cárcel, que maliciaba quién sabe qué mensajes convencionales. Tuve que discutir —se comprende— sin haber leído nada aún, tratando de adivinar a través de las preguntas, qué era lo que tú me habías escrito y qué quería decir todo aquello.


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jueves, 21 de agosto de 2008

Expiación, deseo y pecado:

Joe Wright
Francia- Inglaterra, Working Title Films, 2007


Por Lucas Niro
Briony Tallis, de 13 años, integrante de una familia inglesa económicamente privilegiada en los años previos a la segunda guerra, es escritora y posee una gran imaginación. Sus puntos de vista tergiversados acerca de diferentes situaciones son mostrados en los primeros minutos del film.
Robbie Turner, el hijo del ama de llaves, está enamorado de Cecilia, y le envía equivocadamente una carta utilizando a su hermana Briony de mensajera. Ésta lee el texto y se escandaliza por las palabras escritas, comenzando a ver en Robbie una personalidad pervertida. Esta carta, sumada a diferentes escenas percibidas, hace que Briony acuse falsamente a Robbie de la violación de su prima, alterando así el destino de los amantes.
Para evitar más años de cárcel, Robbie acepta unirse al ejército en Francia, donde se mantiene comunicado con Cecilia a través de cartas de amor y esperanza.
Las cartas son causa y efecto de los destinos de los personajes del film. Una nota equivocada de pocas palabras incentiva la imaginación de una adolescente provocando un testimonio con un grado de convicción tan alto como el de la culpa que la perseguirá el resto de su vida, y que intentará expiar con una carta y muchas más palabras. También las cartas son las que mantienen el amor y la esperanza, en la cárcel y en la guerra, entre dos amantes que no habían tenido más que un fugaz encuentro en una biblioteca, esas cartas que el soldado llevará siempre con él.


Ficha técnica:

Título original: Atonement
Dirección: Joe Wright
Guión: Christopher Hampton
Género: Drama
Intérpretes: Keira Knightley, James McAvoy, Saoirse Ronan, Romola Garai, Vanessa Redgrave, Brenda Blethyn, Juno Temple, Patrick Kennedy, Benedict Cumberbatch.
Fotografía: Seamus McGarvey
Música: Dario Marianelli
Montaje: Paul Tothill
Origen: Inglaterra – Francia
Año: 2007
Duración: 130 minutos

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miércoles, 20 de agosto de 2008

Arte de correspondencia

Arte Correo, arte de correspondencia o lo que miramos nos mira
prueba de artista:
Jesús Romeo Galdámez

Al dadaísmo le debemos la devolución de los objetos cotidianos: periódicos, anuncios, viñetas, tiquetes, letras, en códigos artísticos de nuestro tiempo, así la pintura, la poesía salen de sus salones purificados por el incienso impuro de la pureza selectiva y se integran a la fuente de su origen: la calle, la vida. También somos deudores con el Oriente, con su caligrafía, sus ideogramas, que son un esfuerzo puro de entrelazar la imagen con la escritura, de compactarla, porque un ideograma es una imagen gráfica, escritura que es a la vez dibujo de la imagen. Por muchos años este juego, trabajo de la sabiduría china, ha tenido en poetas y pintores sus seguidores, sus huellas están latente tanto en los cablegramas de Apollinaire como en las composiciones, léase grafía de los futuristas jefeados por Myakosky, y su cartelería, arte de cartel, anuncio. Esta carrera no ha parado, su intentona de perpeturar lo cotidiano con lo eterno ha seguido en nuestros días con el arte Correo o Arte de Correspondencia- entre el artista y la gente- o viceversa.Ha sido en Brasil, donde esta escuela ha tenido mayor pasión, delicadeza y asombro, tenía que ser así, pues también allí surgió ese movimiento de poesía concreta que es un antecedente de este arte mensajero, testimonial, histórico y rescatador de nuestros actos gráficos visuales.Al ver con ojo de buen cubero el conjunto de serigrafías de Jesús Romeo Galdámez, descubro esas huellas, esos puntos de partida al tiempo que alabo su esfuerzo, el más cercano por su modernidad al de la poesía, por ejemplo de Roque Dalton (Taberna), pues junta (aún en lo puramente panfletario) testimonio y poesía, líbelo y pintura; letras y números; sellos de correos y billetes de banco; mitología y cotidianidad; arquitectura y destrucción, pasado y modernidad; lo antiguo y lo nuevo, conformado así un discurso, nuevo y necesario, una interpretación salvadoreña de nuestra historia a través de recortes pedaceados (collages), huellas, pitas anudadas y tarjetas de lotería sorteadas por el azar del cipote que en Jesús Romeo Galdámez juega a ganarle al tiempo sus dones. Su magia.Otro rollo es el de grandes posibilidades arrancadas a la serigrafía, esa cajita, hasta hace algunos días estampadora de camisas, membretadora barata, o hacedora chabacana de toda una suerte de iconografía porno; porque en las manos de Jesús Romeo Galdámez, obtiene otras calidades, otros matices, otras marcas, verdaderos deslumbramientos que toman al cielo por asalto, el cielo imaginado, el cielo de posibilidades, la cantidad hechizada hecha con los ahorros y despilfarros de la imaginación. La serigrafía, así se convierte en el ser de la grafía, en el vehículo, carrito de los dioses, cajita en la que caben los cachivaches de nuestras memorias de la que no se excluye la memoria de Dios; la maquina cosedora de billetes, el juguete de la duendería, una arma también para asustar a los asesinos de la historia.El gozo de la contemplación es totalitario como en una comilona de que son huéspedes Trimalción y Ugolino, pues es nuestro paisaje el que miramos hechogirones, colorcitos, trazos, manchas y borrones, fotografías, textos, doliéndonos también de contemplar lo que somos, pues somos lo que miramos; el hombre de la bananera somos; la mujer con el canasto, somos; el ser anónimo que se pierde en el envés infinito de la esquina somos. Somos nosotros mismos que al contemplar nos contemplamos. Somos nosotros mismos este mapa hecho de pedacitos, coloreado y choyado tantas veces por la manos del Ser y el Grafista: ojos de buey: Jesús Romeo Galdámez.

Alfonso Kijadurías
Publicado en Co(razón) Collage

lunes, 18 de agosto de 2008

domingo, 17 de agosto de 2008

Carta de San Martín:

Lima, 29 de agosto de 1821.
Excmo. señor Libertador de Colombia, Simón Bolívar.
Querido general:

Dije a usted en mi última del 23 del corriente que habiendo reasumido el mando Supremo de esta república, con el fin de separar de él al débil e inepto Torre-Tagle las atenciones que me rodeaban en el momento no me permitían escribirle con la atención que deseaba; ahora al verificarlo no sólo lo haré con la franqueza de mi carácter sino con la que exigen los altos intereses de la América.
Los resultados de nuestra entrevista no han sido los que me prometía para la pronta terminación de la guerra. Desgraciadamente yo estoy íntimamente convencido o que no ha creído sincero mi ofrecimiento de servir bajo sus órdenes, con las fuerzas de mi mando, o que mi persona le es embarazosa.
Las razones que usted me expuso de que su delicadeza no le permitiría jamás mandarme, y que aun en el caso de que esta dificultad pudiese ser vencida estaba seguro que el Congreso de Colombia no autorizaría su separación del territorio de la república, permítame general, le diga no me han parecido plausibles. La primera se refuta por sí misma. En cuanto a la seguida estoy muy persuadido la menor manifestación suya al Congreso sería acogida con unánime aprobación cuando se trata de finalizar la lucha en que estamos empeñados con la cooperación de usted y la del ejército de su mando y que el honor de ponerle término refluirá tanto sobre usted como sobre la república que preside.
No se haga usted ilusiones, general. Las noticias que tiene de las fuerzas realistas son equivocadas: ellas montan en el Alto y Bajo Perú a más de 19.000 veteranos, que pueden reunirse en el espacio de dos meses.
El ejército patriota, diezmado por las enfermedades, no podrá poner en línea de batalla sino 8.500 hombres, y de éstos una gran parte reclutas. La división del general Santa Cruz cuyas bajas según me escribe este general no han sido reemplazadas a pesar de sus reclamaciones en su dilatada marcha por tierra, debe experimentar una pérdida considerable, y nada podrá emprender en la presente campaña. La división de 1.400 colombianos que usted envía será necesaria para mantener la guarnición del Callao y el orden en Lima.
Por consiguiente, sin el apoyo del ejército de su mando, la operación que se prepara por Puertos Intermedios no podrá conseguir las ventajas que debían esperarse, si fuerzas poderosas no llaman en la atención del enemigo por otra parte y así la lucha se prolongará por un tiempo indefinido. Digo indefinido porque estoy íntimamente convencido que sean cuales fueren las vicisitudes de la presente guerra, la independencia de la América es irrevocable; pero también lo estoy de que su prolongación causará la ruina de sus pueblos, y es un deber sagrado para los hombres a quienes están confiados sus destinos, evitar la continuación de tamaños males.
En fin, general; mi partido está irrevocablemente tomado. Para el 20 del mes entrante he convocado el primer congreso del Perú y al día siguiente de su instalación me embarcaré para Chile convencido de que mi presencia es el solo obstáculo que le impide a usted venir al Perú con el ejército de su mando.
Para mí hubiese sido el colmo de la felicidad terminar la guerra de la independencia bajo las órdenes de un general a quien América debe su libertad. El destino lo dispone de otro modo y es preciso conformarse.
No dudando que después de mi salida del Perú el gobierno que se establezca reclamará la activa cooperación de Colombia y que usted no podrá negarse a tan justa exigencia, remitiré a usted una nota de todos los jefes cuya conducta militar y privada pueda ser a usted de alguna utilidad su conocimiento.
El general Arenales quedará encargado del mando de las fuerzas argentinas. Su honradez, coraje y conocimiento, estoy seguro lo harán acreedor a que usted le dispense toda consideración.
Nada diré a usted sobre la reunión de Guayaquil a la república de Colombia. Permítame, general, que le diga que creí no era a nosotros a quienes correspondía decidir este importante asunto. Concluida la guerra los gobiernos respectivos lo hubieran transado sin los inconvenientes que en el día pueden resultar a los intereses de los nuevos estados de Sud América.
He hablado a usted, general, con franqueza, pero los sentimientos que expresa esta carta quedarán sepultados en el más profundo silencio; si llegasen a traslucirse, los enemigos de nuestra libertad podrían prevalecerse para perjudicarla, y los intrigantes y ambiciosos para soplar la discordia.
Con el comandante Delgado, dador de ésta, remito a usted una escopeta y un par de pistolas juntamente con el caballo de paso que le ofrecí en Guayaquil. Admita usted, general, esta memoria del primero de sus admiradores.
Con estos sentimientos y con los de desearle únicamente sea usted quien tenga la gloria de terminar la guerra de la independencia de la América del Sud, se repite su afectísimo servidor.

JOSÉ DE SAN MARTÍN

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sábado, 16 de agosto de 2008

16 de agosto de 1936:

Carta de León Trotsky a Jean Rous

La carta de León Trotski a Jean Rous está fechada el 16 de agosto de 1936 y fue enviada a Fosco (Nico di Bartolomeo) al Hotel Falcón de Barcelona, edificio requisado por el POUM. Esta carta fue interceptada y entregada a un agente de la policía política de Mussolini y fue a parar a manos del jefe de la OVRA, que la transmitió a la Sección de Asuntos Especiales Reservados. Fue encontrada por el historiador Paolo Spriano en el Ministerio del Interior italiano (Dirección General de la Polícía del estado; archivo 1920-1945). Poco después la carta se publicó por Le Monde y, también, por La Batalla, el órgano del POUM en el exilio, en enero de 1971, precedida por un comentario de Juan Andrade.

Mi querido Rous:
Adjunto una carta que usted puede -si lo juzga útil- mostrar a Nin y a los demás. Lo que digo en la carta en manera alguna es diplomático: es preciso de nuevo combinar la flexibilidad con la firmeza. Me siento atado de pies y manos. Los mejores saludos de N. [Natalia] y míos. Afectuosamente. L.T.

Queridos camaradas:
He recibido inesperadamente vuestro telegrama. Desgraciadamente, aquí puede ser interpretado como una prueba de mi participación directa en los asuntos españoles, cuando se trata -según lo interpreto yo- de la posibilidad de obtener un visado para ir a Barcelona. No es necesario decirles que sería feliz de poder hacerlo. ¿Hay posibilidad?
Sabéis la situación en que me encuentro: el ataque de los fascistas, por una parte, la declaración infame de Tass por otra parte. No sé cuál será la actitud del gobierno, que no tiene la menor idea de la infamia criminal de la pandilla de Stalin-Yagoda. Estaré, junto con Natalia, completamente dispuesto a ir inmediatamente a Barcelona. Para que el asunto acabe felizmente debe ser tratado lo más discretamente posible.
Comprenderéis muy bien que yo no puedo dar consejos desde aquí: se trata ahora de la lucha armada, la situación cambia de día en día, mis informaciones son nulas. Se habla de la desaparición de Maurín ¿Qué significa esto? Espero que no haya muerto. En cuanto a Nin, Andrade y los demás, en la actual situación sería criminal dejarse llevar por reminiscencias del período precedente. A pesar de que haya divergencias de programa y de método, incluso después de la pasada experiencia, éstas de ninguna manera han de impedir una aproximación sincera y duradera. La experiencia posterior hará el resto. En cuanto a mí personalmente, estoy absolutamente dispuesto a colaborar en La Batalla, aunque sea como un simple observador lejano.
La cuestión que más me preocupa son las relaciones entre el POUM y los sindicalistas. Me parece que sería extremadamente peligroso dejarse llevar exclusivamente, o incluso parcialmente, por consideraciones doctrinarias. Es imprescindible acercarse a los sindicalistas, cueste lo que cueste, a pesar de todos sus prejuicios. Es necesario vencer al enemigo común. Es necesario ganarse la confianza de los mejores sindicalistas durante la lucha. Estas consideraciones pueden pareceros triviales, me excuso por adelantado, pero no conozco suficientemente la situación como para poder expresar opiniones concretas. Sencillamente quisiera subrayar que antes de Octubre hacíamos todo lo posible para actuar conjuntamente, incluso con los anarquistas de pura sangre. El gobierno Kerenski intentaba servirse de los bolcheviques contra los anarquistas, Lenin se oponía encarnizadamente, solía decir que un luchador anarquista valía más que cien mencheviques titubeantes. Durante la guerra civil, que os ha sido impuesta por fascistas de la peor calaña, el mayor peligro es la falta de decisión, el ánimo tergiversador, en una palabra:el menchevismo. Lo repito una vez más: todo esto es muy vago. Hago todo lo posible para dar la mayor precisión posible a mis sugestiones, pero para esto es necesario vencer la distancia... Por mi parte, puedo prometeros mi más sincera disposición con los camaradas que están luchando, a pesar de todas las posibles divergencias. Sería una odiosa mezquindad volver al pasado cuando el presente y el futuro abren una vía común.
Intentaré desenvolverme con La Batalla con la ayuda de un diccionario. Pero no vuelvo a casa hasta dentro de cuatro o cinco días.
Mi más ferviente saludo a todos los amigos, incluso -y sobre todo- para los que creen tener razones para estar descontentos de mí.
Afectuosamente. L.T.


Publicada, con la nota introductoria, en http://www2.cddc.vt.edu/marxists/espanol/trotsky/1930s/1936_08_16.htm

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viernes, 15 de agosto de 2008

Imágenes de la vida cotidiana

Teatro San Martín
Lunes, Martes, Miércoles, Jueves, Viernes, 12 hs. Sábados, Domingos, 14 hs. Gratis
Av. Corrientes, 1530. Tel:4371-0111/19 0-800-333-5254


El martes 5 de agosto a las 19, se presentó la muestra "Daily Life", del fotógrafo norteamericano Christopher Rauschenberg, en la FotoGalería del Teatro San Martín. En el marco de esta exposición, el autor tuvo un encuentro con el público y comentó su obra el pasado lunes 11 de agosto.La exposición, realizada en conjunto con la Embajada de Estados Unidos en Argentina, forma parte de los XV Encuentros Abiertos de Fotografía-Festival de la Luz. La serie "Daily Life" es un auténtico trabajo en permanente desarrollo. Con una mirada abierta y desprejuiciada, registra permanentemente situaciones triviales de la vida cotidiana que se convierten, por lo certero de su encuadre y su manejo del color, en imágenes de curiosa belleza.
Rauschenberg pasó su infancia rodeado de personalidades de las artes, sumergido en la atmósfera que rodeaba las actividades de su padre, Robert, uno de los más importantes referentes de las artes visuales en la segunda mitad del siglo XX en los EEUU.

La muestra podrá visitarse hasta el domingo 31 de agosto.

jueves, 14 de agosto de 2008

En qué clase de mundo...

Carta del Papa Juan Pablo I a Gilbert K. Chesterton


Querido Chesterton:
En la pantalla de la televisión italiana apareció hace pocos meses el padre Brown, original sacerdote-detective, criatura típicamente tuya. Lastima que no hayan aparecido el profesor Lucifer y el monje Miguel. Los habría visto con sumo agrado, tal como tú los describiste en La esfera y la cruz , viajando en avión, sentado uno junto al otro, Cuaresma junto a Carnaval.
Cuando el avión vuela sobre la catedral de Londres, el profesor suelta una blasfemia contra la cruz.
- “Estoy pensando si esta blasfemia te ayuda en algo -le dice el monje-. Escucha esta historia:
«Conocí a un hombre como tú; él también odiaba al crucifijo; lo eliminó de su casa, del cuello de su mujer hasta de los cuadros; decía que era feo, símbolo de barbarie, contrario al gozo y a la vida. Pero su furia llegó a más todavía: un día trepó al campanario de una Iglesia, arrancó la cruz y la arrojó desde lo alto.
«Este odio acabó transformándose primero en delirio y después en locura furiosa. Una tarde de verano se detuvo, fumando su pipa ante una larguísima empalizada; no brillaba ninguna luz, no se movía ni una hoja, pero creyó ver la larga empalizada transformada en un ejército de cruces, unidas entre sí colina arriba y valle abajo. Entonces, blandiendo el bastón, arremetió contra la empalizada, como contra un batallón enemigo.
«A lo largo de todo el camino fue destrozando y arrancando los palos que encontraba a su paso. Odiaba la cruz, y cada palo era para él una cruz. Al llegar a casa seguía viendo cruces por todas partes, pateó los muebles, les prendió fuego, y a la mañana siguiente lo encontraron cadáver en el río»
Entonces el profesor Lucifer, mordiéndose los labios, mira al anciano monje y le dice: «Esta historia te la has inventado tú». «Sí, respondió Miguel, acabo de inventarla; pero expresa muy bien lo que están haciendo tú y tus amigos incrédulos. Comienzan por despedazar la cruz y termináis por destruir el mundo»
La carta completa aquí

lunes, 11 de agosto de 2008

Cartas encontradas



Queridos Jose y Graciela:
Esperamos que esten todos bien, nosotros llegamos ayer desde Roma a Sorrento, y hoy fuimos de excursión a Capri y pudimos visitar la gruta azul, que es hermosa; el agua es del color de esta postal, tal cual se ve en esta foto; es un color increíble; estamos muy bien, sin problemas; y un poco mas descansados porque ya vamos parando un poco más, aquí hay playa y el hotel tiene pileta; bueno, los dejamos por hoy dentro de unos días llamamos.-
Cariños
Lucy y Pedro

10.9.84

sábado, 9 de agosto de 2008

Los amantes del lago Maggiore:

Un paquete de cartas descubierto en el Palacio Caetani, de Roma , reveló el amor secreto entre la princesa Vittoria Colonna y futurista Umberto Boccioni, uno de los artistas más destacados del siglo XX. Marella Caracciolo, que encontró el epistolario, cuenta en Una parentesi luminosa (Adelphi) la historia de esa pasión

Por Hugo Beccacece
De la Redacción de LA NACION

Hay libros que nacen de extrañas repeticiones. En la primavera romana que acaba de terminar, se presentó en Villa Medicis, en Roma, Una parentesi luminosa ("Un paréntesis luminoso"), de Marella Caracciolo Chia. En él, la autora reconstruye por medio de una correspondencia hallada casi por azar la trágica historia de amor de la princesa Vittoria Colonna (1880-1954) y el pintor futurista Umberto Boccioni (1882-1916), uno de los mayores artistas del siglo XX. Esa relación tiene un curioso parecido con otra que se desarrolló casi cuatro siglos antes. El nombre Vittoria Colonna es familiar para quienes admiran a Miguel Ángel Buonarroti. El creador de Moisés conoció hacia 1540 a una mujer y poeta con la que mantuvo un lazo espiritual muy fuerte. A ella le escribió sonetos y le consagró dibujos, pinturas y esculturas. Fue un vínculo platónico nacido en la madurez del artista. Esa mujer se llamaba Vittoria Colonna, como su descendiente del siglo XIX. La segunda Vittoria, casada con el príncipe Caetani, duque de Sermoneta, tuvo con Boccioni una pasión carnal que desafió las convenciones de la época y que, hasta ahora, era desconocida porque las dos familias, los Caetani y los Boccioni, supieron mantenerla secreta. Las coincidencias no terminan allí. Quien descubrió las cartas de la duquesa de Sermoneta fue Marella Caracciolo, miembro de la noble casa de los príncipes Caracciolo, y casada con Sandro Chia, uno de los pintores y escultores más destacados de la Transvanguardia, movimiento de avanzada del arte italiano. Desde hacía años, Marella Caracciolo Chia investigaba la extraña vida de Leone Caetani (1869-1935), el esposo de Vittoria Colonna. Sentada en el balcón de una antigua casa romana, dice: "Me interesaba ese hombre hermoso, primogénito de una de las grandes familias italianas, que, a los cincuenta años, había dejado a su mujer y al hijo, Onorato, además de las inmensas propiedades heredadas, para ir a vivir al Canadá con su amante, una ex cantante que le había dado una hija, Sveva Caetani. Los Caetani de fines del siglo XIX y principios del XX eran liberales, muy europeístas y, entre otras posiciones que mostraban su apertura, se oponían a la existencia del gueto judío. Durante la época en que se forjó la unidad de Italia, fueron el gozne entre la Roma de los papas y los Saboya. Leone era un orientalista, que consagró una buena parte de su existencia a la redacción de los Annali dell Islam . A los 17 años, llevado por la fascinación que tenía sobre él todo lo que era diferente, se fue a Oriente y recorrió lugares muy poco frecuentados por los occidentales en aquel período. Siempre me gustó la literatura de viajes (me gradué con una tesis sobre ese género) y aquel rasgo de Leone me atrajo aún más. El príncipe Caetani era un hombre valiente y con opiniones fuertes. Fue miembro del Parlamento y se opuso a la anexión de Libia, lo que le valió impopularidad y cierta marginación". Caracciolo Chia pensaba que debía de existir una correspondencia abundante entre Leone y su esposa Vittoria porque los dos, mientras estuvieron casados, pasaron mucho tiempo separados. Pero las cartas no aparecían en ningún archivo. "Hasta que le comenté a Prospero Colonna, descendiente de Vittoria, si sabía algo de la existencia de ese epistolario. Prospero me contó que, recién en 2006, se había abierto en el archivo del Palacio Caetani, en el centro de Roma, un baúl que la princesa le había dejado antes de morir al padre de Prospero, con la indicación de no romper los sellos hasta cincuenta años después de que ella desapareciera. El medio siglo había transcurrido y, por lo tanto, podía tener acceso a ese material. Pasé mucho tiempo en el Palacio revisando los papeles. En ese baúl, había de todo: invitaciones de baile, al teatro, a recepciones, y millares de cartas del matrimonio divididas por años. Cada grupo estaba atado con una cinta de pluma de garza de color violeta. Era lo que yo buscaba. La correspondencia abarcaba desde el primer encuentro de los príncipes, en la propiedad de los Caetani en la llanura pontina, hasta la separación en 1921." Buscando en ese montón de sobres, de pronto, Caracciolo Chia halló un paquete separado del resto y atado con un piolín. En él, había once cartas de Umberto Boccioni y ocho de Vittoria Colonna, además de fotografías en las que se veía a la princesa en su villa del lago Maggiore. Todas esas imágenes eran de julio de 1916. Hasta entonces, se ignoraba la existencia de esas cartas y las razones del dramático fin de Boccioni. Vittoria nació en Londres, en noviembre de 1880. Su madre era Teresa Caracciolo di San Teodoro. La niñez dorada de Vittoria se vio sacudida por un escándalo. A los 27 años, el marqués Napoleone del Gallo di Roccagiovine, descendiente de Napoleón Bonaparte, enamorado de Teresa, se mató. Después de ese suicidio, los padres de Vittoria se separaron y las hijas se quedaron en el palacio de los Colonna. El escándalo había estallado no porque Teresa hubiera tenido un amante, eso era habitual y aceptado en la aristocracia italiana, sino porque esa circunstancia se había hecho pública del peor modo. Cuenta Caracciolo: "A los veinte años, Vittoria conoció a Leone Caetani. El tenía 38. Ella era considerada una de las muchachas más fascinantes de su generación. Sin embargo, era una mujer a la que, por períodos, le gustaba apartarse de todo. Pasaba de una vida social frenética a una rutina alejada de los escenarios mundanos. Vivía largas temporadas en Londres, donde tenía muchas relaciones porque su abuela materna, Leila Locker, era inglesa. Además, Teresa, la madre, se había vuelto a casar en Inglaterra con lord Walsingham". Los Colonna no tenían una posición económica que se correspondiera con la social. Por ello, el padre de Vittoria, Marcoantonio, aspiraba a casarla con un partido importante: Leone Caetani parecía el candidato ideal. Era apuesto, heredero de las interminables propiedades de la familia en la llanura pontina, sabiamente recuperadas de la ruina y administradas por su abuelo. Fue en Ninfa, precisamente en la llanura pontina, donde Vittoria y Leone se conocieron durante un paseo campestre organizado por los dos clanes. Los jóvenes se sintieron atraídos y quince días después de haberse conocido se comprometieron. Se casaron el 20 de junio de 1901. El retrato que Caracciolo hace de la pareja no puede ser más atractivo: "Hermosos, cultos y políglotas, Leone y Vittoria compartían la pasión por los automóviles y los viajes aventureros. Cultivaban el gusto por las cosas hermosas, los jardines y las buenas lecturas, amaban a los perros. Gustos ingleses." Para hacer su investigación, Caracciolo pasó muchas tardes, desde las 17.30 hasta las 19 en el archivo del Palacio Caetani, el mismo en el que se fue a vivir Vittoria, una vez casada. Caracciolo recuerda esas horas de búsqueda con una sonrisa: "Es un edificio más bien oscuro. Por algo la calle donde se levanta se llama via della Botteghe Oscure. Se respira una atmósfera algo sofocante. Vittoria lo dice en sus cartas. No le gustaba el ambiente, pero tampoco su familia política. Los Caetani habían sido rescatados de la pobreza en la que habían caído por el abuelo de Leone, que había saneado la economía de los suyos, hecho buenas inversiones e impuesto la austeridad a los Caetani. El duque no se excluía de ese régimen. Era más bien avaro que respetuoso del dinero. Vittoria, en cambio, no se privaba de gastos". Cuando terminó la luna de miel, después del nacimiento del único hijo de Leone y Vittoria, la pasión en el matrimonio se terminó. El príncipe buscaba la soledad de su estudio o del campo y dejaba a su mujer sola, rodeada de parientes que le causaban rechazo. Se produjo un distanciamiento suave y elegante. Vittoria y Leone se querían, pero no se amaban. Ella pasaba la primavera y el verano viajando. Se instalaba en Londres durante meses. Se convirtió durante el reinado de Eduardo VII en una de las figuras de sociedad más buscadas. El rey notó la belleza, la distinción y la vitalidad de la italiana, que terminó por formar parte del círculo más íntimo del monarca. Según dice Marella Caracciolo, no se sabe si la princesa Caetani fue una de las muchas amantes de Eduardo VII. Uno de los rasgos curiosos de la correspondencia entre Vittoria y Leone es que cada vez que un hombre, poderoso o no, se acercaba a ella, la princesa se precipitaba a contarle al marido todos los hechos que podían darle a entender que el matrimonio peligraba. Quizá lo hacía para que él supiera que ella jugaba limpio. En la aristocracia romana se decía que Vittoria era la amante no sólo de Eduardo VII y del Aga Khan, sino también de Noël, su maestro de pintura. La diferencia social entre la princesa y Umberto Boccioni era enorme. Él provenía de una familia humilde. Había nacido en 1882 en Reggio Calabria. Su padre, Raffaele, había sido un empleado de la Prefectura y su madre, costurera. Desde chico, Umberto se interesaba en la literatura y el arte. Cuando debió ganarse la vida, después de la temprana muerte del padre, aprendió a hacer afiches. Al mismo tiempo, escribió una novela, que nunca llegó a terminar. En 1900 encontró a Gino Severini, otro muchacho que habría de convertirse en uno de los grandes artistas del siglo XX. Los dos frecuentaron el estudio de Giacomo Balla, maestro de la vanguardia, que pasaba los días encerrado trabajando y enseñando. Harto de la chatura de la estética oficial de Roma, Boccioni se fue a París. Caracciolo comenta el deslumbramiento que el joven sintió por la ciudad: "Le encantaron las avenidas anchas, pero sobre todo la libertad de costumbres. Umberto tenía una alumna de pintura, una rusa, casada y rica, Augusta Petrovna Popoff, que se convirtió en su querida. Ella se lo llevó a sus posesiones de Rusia con el marido. Boccioni estuvo allí cuatro meses. Cuando volvió a Fancia, la había dejado embarazada, pero él lo ignoraba. Nunca lo supo". En 1910, Boccioni se encontró en Milán con Marinetti, el autor del Manifiesto del Futurismo , aparecido un año antes en París. Umberto había encontrado en la nueva propuesta estética un cauce para sus inquietudes. Después de un acto del movimiento en un teatro, que terminó en una riña y con varios de los futuristas en la cárcel, junto con Marinetti, Russolo y Carlo Carrà, escribieron Manifiesto técnico de la pintura futurista , en el que exaltaban el alcohol, las ciudades modernas, la vida nocturna y las figuras de la cocotte y del apache. Admirado por sus pinturas y esculturas, por su vitalidad y sentido del humor, Boccioni también era apreciado por el refinamiento que emanaba de él. Cuando estalló la guerra de 1914, Umberto se enroló, al igual que lo hizo Leone. El entusiasmo de Boccioni por la lucha en las trincheras pronto se diluyó. Su vida corría peligro, y su trabajo de artista había quedado interrumpido. En 1916, en uso de una licencia, aceptó el encargo que le hizo el músico Ferruccio Busoni de hacerle un retrato. El compositor era huésped de los marqueses Silvio y Sofia della Valle di Casanova en la villa San Remigio, en el lago Maggiore, y le transmitió una invitación de sus anfitriones para que se uniera a ellos. Fue en esa casa de vacaciones donde el 6 de junio de 1916 Boccioni conoció a Vittoria. La princesa y el artista recorrieron los hermosos y tradicionales jardines de los Casanova. Mientras caminaba junto al pintor, Vittoria pensaba que esas terrazas de diseño perfecto, pero convencional, eran todo lo contrario de lo que a él podía gustarle y las comparaba con su propio refugio. Para huir del palacio romano de los Caetani, Vittoria alquilaba la isla de San Giovanni, la más pequeña del lago, apenas trescientos metros de diámetro, llamada por eso Isolino ("islita"). La había arreglado de un modo que no tenía nada de futurista, pero le había impreso un sello personal. Todo era de calidad, buen gusto y sencillo. Leone casi no vivió allí. Por esa época, ya había comenzado su relación con Ofelia Fabiani. El Isolino era el escenario ideal para una pasión. Vittoria invitó a Boccioni a que la visitara el día siguiente. El 7 de junio, Umberto llegó por primera vez a la villa de la princesa. Ella le presentó a su hijo, Onorato, de catorce años. A partir de esa tarde, él visitó todos los días ese reino encantado. Vittoria, en sus cartas, le contaba al esposo la cronología de los encuentros. De la lectura de la correspondencia con Boccioni no puede saberse con certeza cuándo él y la princesa se convirtieron en amantes. Pero la pasión nació en esa primera estadía de él en el lago. Durante aquellas visitas, Umberto se hizo amigo de Onorato. El chico era considerado extraño, hoy podría pensarse que era un autista. Vittoria oscilaba entre la negación y el reconocimiento de la "diferencia" de Onorato. Leone, en cambio, le había señalado a la madre cada uno de los problemas del muchacho, que ella se había empeñado en ignorar. Boccioni, por su parte, fue el único que trató al adolescente como si fuera normal, le hablaba en términos que Onorato podía comprender y le mostró un afecto que provocó una imprevista maduración en el joven príncipe. Una vez que terminara el retrato de Busoni, Boccioni tenía planeado volver a Milán para arreglar una serie de asuntos personales, después se quedaría allí hasta su reincorporación al ejército. Pero Vittoria no se resignaba a que él se alejara. Le propuso entonces que, una vez cumplidas sus obligaciones en la ciudad, pasara sus últimos días de libertad junto a ella, como su huésped en el Isolino. El aceptó entusiasmado. Desde Milán, Umberto le escribió todos los días a su amada. Le recuerda en esas cartas cómo habían pasado "de castidad en castidad" hasta alcanzar "nuestra casta voluptuosidad" y la "infinita comunión de cuerpo y espíritu". Vittoria le había avisado a Leone que Boccioni iba a pasar dos días en el lago, junto a ella. Después le informó que los dos días se habían convertido en una semana. En esos siete días, los amantes comenzaron a hacer planes que iban más allá de la prudencia. Ya en Milán, él le escribió a Vittoria cartas donde rememora cada instante pasado en el Isolino. El 10 de julio, Umberto se presentó en el cuartel para una revisión médica. Recibió entonces una buena noticia: le daban licencia hasta el 24 de julio. De inmediato, le escribió a la princesa un mensaje en el que primero le sugiere y después le pide que lo invite de nuevo al Isolino. Apenas leyó esa carta, Vittoria le dijo que regresara cuanto antes a su lado. ...l le confiesa que ya le ha hablado de ella a su madre y que ésta la bendice por la felicidad que ha derramado sobre su hijo. De esa segunda estadía en el Isolino, quedan pocas huellas. Pero Caracciolo, confrontando las fechas de la correspondencia de Vittoria con Leone, descubrió que durante esa segunda semana de amor con Boccioni la princesa no le había escrito a su marido. Ese silencio era un hecho excepcional. El 23 de julio, el artista volvió a Milán y le mandó a Vittoria una carta que se perdió. Ella le contestó que, una vez terminada la guerra, ellos se pondrían de acuerdo para librar su propia guerra. Además, la princesa le advertía al amante que iba a escribirle con menos frecuencia diaria para no despertar sospechas, ya que no era ella quien echaba las cartas al correo. También le pedía que él cambiara de tipo de sobre en cada ocasión y que variara su caligrafía. Esas precauciones no impidieron que los rumores sobre ellos circularan. La suegra de Vittoria, Ada Caetani, se imaginaba lo que ocurría y sobornó al nuevo preceptor de Onorato para que espiara a la princesa e hiciera desaparecer las cartas de Vittoria a Umberto. ...ste comenzó a inquietarse por la falta de respuesta. En sus mensajes, Boccioni cuenta que estaba empeñado en aprender equitación. Sabía que ella era una gran amazona y habían hecho planes para recorrer la llanura pontina juntos, a caballo. Las mujeres de la alta sociedad de la época cabalgaban muy bien. Para cualquier miembro de la aristocracia, no saber montar era un baldón. Umberto había comprendido que si él aspiraba a estar al lado de la princesa debía ejercitarse para que ella no pasara un papelón en su compañía. Cada vez que tenía tiempo libre en el cuartel, pedía un caballo y salía a practicar. El 16 de agosto, Umberto eligió un ejemplar elegante y salió a pasear con él hacia el anochecer. De repente, el caballo se encabritó y se lanzó al galope. Boccioni perdió el equilibrio y cayó de cabeza contra una piedra. Un sargento que lo acompañaba corrió en su ayuda. Se dio cuenta de que el soldado estaba herido de gravedad. Boccioni fue trasladado a un hospital de Verona. Umberto aún conservaba la mirada viva y una expresión inteligente. Un teniente amigo fue a visitarlo y, para asegurarse de que el pintor estaba lúcido y consciente de lo que decía, le preguntó si se había caído del caballo. Boccioni le contestó que no. El teniente repitió la pregunta y Boccioni volvió a responder que no se había caído del caballo. Entonces, el teniente le preguntó si lo reconocía. Boccioni dijo: "Sí, usted es mi teniente". Pocas horas después murió. El militar jamás se quitó de encima la sospecha de que quizás el pintor se había arrojado del caballo por desesperación. Vittoria se enteró de la muerte de su amante al día siguiente por los diarios y, sin perder tiempo, fue a consolar a la madre y a la hermana de Boccioni. Viajó a Milán, se presentó en la casa del artista y llenó el departamento con las flores del Isolino que Umberto amaba. Después, logró recuperar las cartas de ella. Muerto Boccioni, Leone dejó de fingir e hizo pública su relación con Ofelia Fabiani. En agosto de 1917, nació Sveva, la hija del príncipe y de su amante. Vittoria simuló no saber nada. En 1921, como la ley italiana no permitía legitimar a los hijos adulterinos, Leone que además no soportaba el fascismo, dejó Italia y se refugió en Vernon, Canadá. Allí lo acompañaron su nueva mujer y Sveva. Allí murió en 1935. Marella Caracciolo comenta que en los años 20 y 30, la princesa escribió libros de memorias y de viajes en los que retrata personajes y describe paisajes. Jamás menciona en esas obras a Boccioni. Pero si preservó de la destrucción los testimonios de aquel "paréntesis luminoso" fue porque anhelaba que esa historia llegara a conocerse. Bastaba que alguien supiera hurgar en el pasado con suficiente empeño. Los deseos de la princesa fueron satisfechos.

Publicada hoy en el Suplemento ADN del diario La Nación de Buenos Aires.
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jueves, 7 de agosto de 2008

Buñuel íntimo y epistolar

Coincidiendo con el 25 aniversario de la muerte de Luis Buñuel, un libro recupera la correspondencia entre el cineasta aragonés y su amiga y colaboradora Lulú Viñes


Él la llamaba en broma mi secretaria porque ella se ocupaba de enviar a México reseñas relativas a sus estrenos en Francia; ella evocaba "el silencio buñuelesco" cuando le achacaba a su amigo los vacíos prolongados en su correspondencia. Luis Buñuel y Lulú Viñes-Jourdain fueron amigos durante más de cinco décadas.
Leer las cartas que se intercambiaron desde 1934 a 1982 es conocer el accidentado mapa del siglo XX y descubrir a un Buñuel que ni siquiera se mostró tan íntimo en Mi último suspiro, las memorias que escribió junto a su amigo y colaborador Jean Claude Carrière.
En sus memorias, Luis Buñuel recordaba con afecto a sus amigos, el pintor Hernando Viñes y su mujer Lulú Jordain: "Hernando, de origen catalán y más joven que yo, fue un amigo para toda la vida. Se casó con una mujer a la que quiero muchísimo, Lulú, hija de Francis Jourdain, el escritor que frecuentaba muy de cerca a los impresionistas y que fue muy amigo de Huysmans".


Intensa correspondencia

Ahora, cuando se cumplen 25 años de la muerte del cineasta que persiguió a la libertad aún a sabiendas de que es un fantasma, el Instituto de Estudios Turolenses, el mismo que ha publicado los guiones inéditos del cineasta o el estudio sobre Los Olvidados que fue premiado este año por la Academia de Cine, ultima una publicación que verá la luz a finales de año. Correspondencia Buñuel/Viñes 1934-1982, recoge más de 140 documentos, de los que un 90% son cartas, en su mayoría firmadas por Luis Buñuel. Es una mirada cercana, de andar por casa, del autor de Tristana.
"Lo que lo diferencia de otros epistolarios es su amplitud temporal. Permite conocer a Buñuel desde su juventud hasta sus últimos años ya que la última carta es de 1983, un año antes de morir", explica Víctor M. Lahuerta, el diseñador gráfico e investigador del Instituto de Estudios Turolenses que, junto al portavoz de la familia Buñuel, Pedro García Buñuel, lleva el peso de la publicación. "Es además la correspondencia entre dos familias, aunque fueran Lulú y Luis los que mantuvieran el hábito durante más tiempo". En las cartas no sólo hablan de los proyectos de cada uno, de la marcha de los subtítulos al francés de las películas españolas del director, que Lulú Viñes preparaba y cotejaba con su amigo, sino también de sus hijos, de sus pequeños achaques, de sus amigos comunes...
La semana pasada Víctor M. Lahuerta llegaba a una cafetería del centro de Madrid entusiasmado. "Estamos acabando la investigación pero siguen saliendo cosas: acabo de encontrar una carta más entre los archivos de la Filmoteca Española", contaba. Con esta, espera que se cierren los más de ocho meses de investigación entre los archivos de las dos familias, no exentos de dificultades: cartas sin datar u otras donde la letra de Lulú Viñes era ininteligible. Buñuel acabó pidiendo a Lulú que escribiera a máquina porque podía pasarse días descifrando su letra.


Amistad duradera

Este libro incluirá fotografías inéditas y casi 120 cartas en edición facsimil, acompañadas de documentos como el título de caballero y escudero para Hernando y Lulú Viñes de la paródica Orden de Toledo que Buñuel fundó junto a Dalí y García Lorca, entre otros, en 1923. También se encuentra la famosa fotografía de la cena homenaje a los Viñes, que reunió a parte de la Generación del 27.
La amistad entre Buñuel y Hernando Viñes se inició en el París de los años veinte. Cuando Buñuel se traslada a la ciudad, en 1925, empieza a frecuentar al círculo de pintores españoles. En 1926, ambos participaron en la representación del Retablo de Maese Pedro, de Manuel de Falla, en Amsterdam: el cineasta ejerció de director de escena y el pintor de los decorados y el cartel.
Lulú Jourdain apareció en escena en 1931, cuando se casó con el pintor. La correspondencia arrancó cuando Buñuel se fue a Madrid en 1932 para preparar Las Hurdes, tierra sin pan. Sólo se verían una vez más antes de que el Atlántico los separara. El matrimonio francés visitó a Buñuel en Madrid en mayo de 1936, en la época en la que el director fundó, junto a Ricardo Urgoiti, la productora Fimofono de melodramas baratos.
La pareja acabó marchándose apresuradamente por los rumores sobre el alzamiento militar que se produciría poco después. Poco tardaría Buñuel en seguir su ejemplo. En septiembre, partiría en tren hacia Ginebra iniciando un exilio que se prolongaría, salvo excepciones, hasta su muerte.
Pasarían años sin verse, pero el empeño de Lulú Viñes y la perseverancia intermitente de Buñuel mantuvo el hilo de una amistad sellada desde Nueva York, Los Ángeles o Ciudad de México.
Lulú supo de la desesperación del director en los años americanos, cuando pensaba que ya no rodaría nunca más, del enérgico entusiasmo de sus inicios en México, del convencimiento y pasión con que Buñuel realizó Los Olvidados, y de sus últimos años, cuando el cineasta de Calanda, cansado y aquejado de sordera y falta de vista, sentía que el cine y la vida se le escapaban.


Retrato de una generación con guerra al fondo
Madrid. Mayo de 1936. Banquete de homenaje a Lulú y Hernando Viñes. La pareja se retrata junto a Federico García Lorca, Rafael Alberti, Pablo Neruda, Miguel Hernández y Luis Buñuel, entre otros. La fotografía es una imagen icónica usada por el Equipo Crónica en uno de sus lienzos.
Lulú Viñes estaba acostumbrada a relacionarse con la vanguardia cultural desde pequeña. Era hija del escritor Francis Jourdain y su abuela regentaba un salón literario a finales del siglo XIX. Como recuerda Buñuel en sus memorias, “Lulú me regalo un objeto extraordinario de su abuela. Es un abanico en el que la mayoría de los grandes escritores de fin de siglo escribieron unas palabras...”.
Tras estallar la Guerra Civil, el matrimonio interviene en el mítico pabellón español de la Exposición de París de 1937, ayuda a muchos refugiados y participa en iniciativas antifranquistas, como un homenaje a Alberti en Francia. “Todas las personalidades culturales deben participar”, escribe Lulú, en calidad de Secretaria de la Asociación Cultural Franco Española, en una carta en la que insta al escritor Luis Goytisolo a viajar a París para participar en el homenaje al poeta.



Publicado en el diario digital Público.es, el 26 de julio de 2007
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miércoles, 6 de agosto de 2008

Kaohsiung 6/8/86 Taiwan


A mis tres reinas, deseando que se hallen bien, y que en casa no tengan problemas, reciban un beso grandote, yo por mi parte, gracias a Dios estoy bien, tenemos un poquito de trabajo en la maquina, pero por suerte lo vamos llevando bien pero con mucho calor, aca en la isla hace una temperatura entre 38 y 40 grados a la sombra extraño mucho la bicicleta por que podia haber recorrido un poco mas y haber ido a la playa en bici, aca todo es muy caro. Kaohsiung es la ciudad mas importante despues de la ciudad capital que es Taipei, estamos adelantados 11 once horas con relacion a Buenos Aires. Ya estuve probando comida china. Pero yo me quedo con el churrasco y la milanesa, Vieja aca preparan unos camarones gigantes, que si vos los vieras te lo comerias todos. = La cerveza es muy rica =
Claudia = espero que disfrutes del club y puedas nadar bien
Saludos a Gerardo y Sra
Roxi espero que tu vida amorosa siga bien.
Chicas espero que en el ingles les vaya bien. No se olviden de Santa Teresita
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lunes, 4 de agosto de 2008

La carta:

Fernando Botero
La carta

domingo, 3 de agosto de 2008

Antes del fin:


Carta a Pérez Celis, el artista invencible
Por Orlando Varone
Leída en Radio continental de Buenos Aires, el 9 de abril de este año

Querido amigo, ya no caben dudas, anoche fuiste invencible. Te empujaste. Y te cargaste el cuerpo largamente vulnerado durante meses y lo llevaste, empequeñecido pero con voluntad de gigante, a la exposición que en tu homenaje se hizo en el Congreso de La Nación. Sentado- porque ya no te sobran fuerzas- pediste perdón por no estar parado junto a tus amigos; y casi te pierde el sentimiento pero también le ganaste, y conseguiste dominarlo como dominás en la estética el exceso que la obra no pide. Parecías una tenue pincelada sacada de la desesperación para demostrarnos aunque no hiciera falta, que eso que está en tus cuadros no es únicamente una demostración pictórica. Ni tampoco la prueba de una destreza plástica virtuosa, sino un recurso sobrenatural de tu naturaleza. Un recurso que excede tu propia biología. Todo fue allí tuyo Pérez Celis. Tus cuadros rodeando los límites del Salón de los Pasos Perdidos, tus hijos- la actriz María José Gabin y el diseñador de arte Sergio Pérez Fernández- y tu mujer Tamara Toma. Y por esas paradojas dramáticas de la vida, vos que durante todo este último tiempo estuviste sintiendo que a tus arterias se le estaba agotando la sangre, volviste anoche a derramarla a raudales desde tu arte y desde tus ganas invencibles. Y sólo Dios sabe de dónde sacás fuerzas para sonreir y para enojarte todavía. Le reprochaste públicamente a Boca por haber descuidado los murales que pintaste en el estadio. Y reclamaste a Cavanno, el secretario de cultura del Club, que los arreglen. Tenés razón. Que arreglen las coyunturas artísticas de Riquelme. Pero que también arreglen tus murales. Y si anoche perdió Boca vos ganaste jugando con un solo hombre: con vos mismo.
Querido Pérez Celis: hasta Pinky no pudo controlar un balbuceo de desconsuelo cuando se emocionó a tu lado leyendo la carta de Alfredo Bravo- que ya no está- contando el por qué creaba este homenaje de la legislatura a un artista. A vos Pérez Celis. El diputado Macaluse te mostró su justa admiración en nombre de sus pares. María Kodama y Laura Escalada no por casualidad llegaron a abrazarte acompañadas por Borges y Piazzolla. Sé que los viste, porque te inclinaste. Sebastián Bagó, que es de Ríver y que tiene decenas de cuadros tuyos, me dijo que el otro día que fue a visitarte lo echaste porque estaba por empezar un partido y que no querías verlo junto a un hincha de Ríver. Nos reímos: tu sinceridad no está sólo en tu arte. Yo , desde un poco más atrás te miraba, tan boquense y tan argentino y me preguntaba si te das cuenta de que aún chantajeado mal por el destino estás ganando ese combate. Porque no hay enfermedad invencible que no encuentre la horma de su zapato y la estás enfrentando con la resistencia de un estoico. De un humano extraordinario, que como el mítico Ulyses quiere salir airoso de las temibles aventuras que el poeta Homero le imagina. Tus amigos pintores estaban allí. Y tus amigos no pintores. Y estaba tu vida plantada allí con la voluntad de la vida. Estarás ahora en tu casa del Bajo de Belgrano escuchando como siempre este programa: porque acompaña la etapa transitoria en que tu cuerpo te requiere con egoísmo. Esta carta es un privilegio que me ofrece el ser tu amigo. Hacé de cuenta que la escriben todos los amigos que te quieren. Aun de Ríver. Vos harías lo mismo en estas circunstancias. Cuidate. Este 29 te invito otra vez a comer los ñoquis rituales a mi casa. No traigas nada. Traete vos. Es suficiente.

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sábado, 2 de agosto de 2008

De una carta de Simone Weill:

Fragmento de una carta de Simone Weill a Georges Bernaros [¿1938?], publicada ayer por el blog Schlemihl, de Diego B. (www.diegobenti.blogspot.com)

"Cuando se sabe que es posible matar sin arriesgarse a un castigo ni reprobación, se mata: o al menos se rodea de noticias alentadoras a aquellos que matan. Si por casualidad se experimenta primero cierto desagrado, se calla y pronto se lo sofoca por miedo a parecer que se carece de virilidad. Hay ahí una incitación, una ebriedad a la que es imposible resistirse sin la fuerza de ánimo que me parece excepcional, puesto que no la he encontrado en ninguna parte. He encontrado en cambio franceses pacíficos, que hasta ese momento yo no despreciaba, a los que no se les habría ocurrido ir por sí mismos a matar, pero que se sumergían en esa atmósfera impregnada de sangre con un visible placer. Nunca podré sentir por ellos, en el futuro, ninguna estima".


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