Un paquete de cartas descubierto en el Palacio Caetani, de Roma , reveló el amor secreto entre la princesa Vittoria Colonna y futurista Umberto Boccioni, uno de los artistas más destacados del siglo XX. Marella Caracciolo, que encontró el epistolario, cuenta en Una parentesi luminosa (Adelphi) la historia de esa pasión
Por Hugo Beccacece
De la Redacción de LA NACION
Hay libros que nacen de extrañas repeticiones. En la primavera romana que acaba de terminar, se presentó en Villa Medicis, en Roma, Una parentesi luminosa ("Un paréntesis luminoso"), de Marella Caracciolo Chia. En él, la autora reconstruye por medio de una correspondencia hallada casi por azar la trágica historia de amor de la princesa Vittoria Colonna (1880-1954) y el pintor futurista Umberto Boccioni (1882-1916), uno de los mayores artistas del siglo XX. Esa relación tiene un curioso parecido con otra que se desarrolló casi cuatro siglos antes. El nombre Vittoria Colonna es familiar para quienes admiran a Miguel Ángel Buonarroti. El creador de Moisés conoció hacia 1540 a una mujer y poeta con la que mantuvo un lazo espiritual muy fuerte. A ella le escribió sonetos y le consagró dibujos, pinturas y esculturas. Fue un vínculo platónico nacido en la madurez del artista. Esa mujer se llamaba Vittoria Colonna, como su descendiente del siglo XIX. La segunda Vittoria, casada con el príncipe Caetani, duque de Sermoneta, tuvo con Boccioni una pasión carnal que desafió las convenciones de la época y que, hasta ahora, era desconocida porque las dos familias, los Caetani y los Boccioni, supieron mantenerla secreta. Las coincidencias no terminan allí. Quien descubrió las cartas de la duquesa de Sermoneta fue Marella Caracciolo, miembro de la noble casa de los príncipes Caracciolo, y casada con Sandro Chia, uno de los pintores y escultores más destacados de la Transvanguardia, movimiento de avanzada del arte italiano. Desde hacía años, Marella Caracciolo Chia investigaba la extraña vida de Leone Caetani (1869-1935), el esposo de Vittoria Colonna. Sentada en el balcón de una antigua casa romana, dice: "Me interesaba ese hombre hermoso, primogénito de una de las grandes familias italianas, que, a los cincuenta años, había dejado a su mujer y al hijo, Onorato, además de las inmensas propiedades heredadas, para ir a vivir al Canadá con su amante, una ex cantante que le había dado una hija, Sveva Caetani. Los Caetani de fines del siglo XIX y principios del XX eran liberales, muy europeístas y, entre otras posiciones que mostraban su apertura, se oponían a la existencia del gueto judío. Durante la época en que se forjó la unidad de Italia, fueron el gozne entre la Roma de los papas y los Saboya. Leone era un orientalista, que consagró una buena parte de su existencia a la redacción de los Annali dell Islam . A los 17 años, llevado por la fascinación que tenía sobre él todo lo que era diferente, se fue a Oriente y recorrió lugares muy poco frecuentados por los occidentales en aquel período. Siempre me gustó la literatura de viajes (me gradué con una tesis sobre ese género) y aquel rasgo de Leone me atrajo aún más. El príncipe Caetani era un hombre valiente y con opiniones fuertes. Fue miembro del Parlamento y se opuso a la anexión de Libia, lo que le valió impopularidad y cierta marginación". Caracciolo Chia pensaba que debía de existir una correspondencia abundante entre Leone y su esposa Vittoria porque los dos, mientras estuvieron casados, pasaron mucho tiempo separados. Pero las cartas no aparecían en ningún archivo. "Hasta que le comenté a Prospero Colonna, descendiente de Vittoria, si sabía algo de la existencia de ese epistolario. Prospero me contó que, recién en 2006, se había abierto en el archivo del Palacio Caetani, en el centro de Roma, un baúl que la princesa le había dejado antes de morir al padre de Prospero, con la indicación de no romper los sellos hasta cincuenta años después de que ella desapareciera. El medio siglo había transcurrido y, por lo tanto, podía tener acceso a ese material. Pasé mucho tiempo en el Palacio revisando los papeles. En ese baúl, había de todo: invitaciones de baile, al teatro, a recepciones, y millares de cartas del matrimonio divididas por años. Cada grupo estaba atado con una cinta de pluma de garza de color violeta. Era lo que yo buscaba. La correspondencia abarcaba desde el primer encuentro de los príncipes, en la propiedad de los Caetani en la llanura pontina, hasta la separación en 1921." Buscando en ese montón de sobres, de pronto, Caracciolo Chia halló un paquete separado del resto y atado con un piolín. En él, había once cartas de Umberto Boccioni y ocho de Vittoria Colonna, además de fotografías en las que se veía a la princesa en su villa del lago Maggiore. Todas esas imágenes eran de julio de 1916. Hasta entonces, se ignoraba la existencia de esas cartas y las razones del dramático fin de Boccioni. Vittoria nació en Londres, en noviembre de 1880. Su madre era Teresa Caracciolo di San Teodoro. La niñez dorada de Vittoria se vio sacudida por un escándalo. A los 27 años, el marqués Napoleone del Gallo di Roccagiovine, descendiente de Napoleón Bonaparte, enamorado de Teresa, se mató. Después de ese suicidio, los padres de Vittoria se separaron y las hijas se quedaron en el palacio de los Colonna. El escándalo había estallado no porque Teresa hubiera tenido un amante, eso era habitual y aceptado en la aristocracia italiana, sino porque esa circunstancia se había hecho pública del peor modo. Cuenta Caracciolo: "A los veinte años, Vittoria conoció a Leone Caetani. El tenía 38. Ella era considerada una de las muchachas más fascinantes de su generación. Sin embargo, era una mujer a la que, por períodos, le gustaba apartarse de todo. Pasaba de una vida social frenética a una rutina alejada de los escenarios mundanos. Vivía largas temporadas en Londres, donde tenía muchas relaciones porque su abuela materna, Leila Locker, era inglesa. Además, Teresa, la madre, se había vuelto a casar en Inglaterra con lord Walsingham". Los Colonna no tenían una posición económica que se correspondiera con la social. Por ello, el padre de Vittoria, Marcoantonio, aspiraba a casarla con un partido importante: Leone Caetani parecía el candidato ideal. Era apuesto, heredero de las interminables propiedades de la familia en la llanura pontina, sabiamente recuperadas de la ruina y administradas por su abuelo. Fue en Ninfa, precisamente en la llanura pontina, donde Vittoria y Leone se conocieron durante un paseo campestre organizado por los dos clanes. Los jóvenes se sintieron atraídos y quince días después de haberse conocido se comprometieron. Se casaron el 20 de junio de 1901. El retrato que Caracciolo hace de la pareja no puede ser más atractivo: "Hermosos, cultos y políglotas, Leone y Vittoria compartían la pasión por los automóviles y los viajes aventureros. Cultivaban el gusto por las cosas hermosas, los jardines y las buenas lecturas, amaban a los perros. Gustos ingleses." Para hacer su investigación, Caracciolo pasó muchas tardes, desde las 17.30 hasta las 19 en el archivo del Palacio Caetani, el mismo en el que se fue a vivir Vittoria, una vez casada. Caracciolo recuerda esas horas de búsqueda con una sonrisa: "Es un edificio más bien oscuro. Por algo la calle donde se levanta se llama via della Botteghe Oscure. Se respira una atmósfera algo sofocante. Vittoria lo dice en sus cartas. No le gustaba el ambiente, pero tampoco su familia política. Los Caetani habían sido rescatados de la pobreza en la que habían caído por el abuelo de Leone, que había saneado la economía de los suyos, hecho buenas inversiones e impuesto la austeridad a los Caetani. El duque no se excluía de ese régimen. Era más bien avaro que respetuoso del dinero. Vittoria, en cambio, no se privaba de gastos". Cuando terminó la luna de miel, después del nacimiento del único hijo de Leone y Vittoria, la pasión en el matrimonio se terminó. El príncipe buscaba la soledad de su estudio o del campo y dejaba a su mujer sola, rodeada de parientes que le causaban rechazo. Se produjo un distanciamiento suave y elegante. Vittoria y Leone se querían, pero no se amaban. Ella pasaba la primavera y el verano viajando. Se instalaba en Londres durante meses. Se convirtió durante el reinado de Eduardo VII en una de las figuras de sociedad más buscadas. El rey notó la belleza, la distinción y la vitalidad de la italiana, que terminó por formar parte del círculo más íntimo del monarca. Según dice Marella Caracciolo, no se sabe si la princesa Caetani fue una de las muchas amantes de Eduardo VII. Uno de los rasgos curiosos de la correspondencia entre Vittoria y Leone es que cada vez que un hombre, poderoso o no, se acercaba a ella, la princesa se precipitaba a contarle al marido todos los hechos que podían darle a entender que el matrimonio peligraba. Quizá lo hacía para que él supiera que ella jugaba limpio. En la aristocracia romana se decía que Vittoria era la amante no sólo de Eduardo VII y del Aga Khan, sino también de Noël, su maestro de pintura. La diferencia social entre la princesa y Umberto Boccioni era enorme. Él provenía de una familia humilde. Había nacido en 1882 en Reggio Calabria. Su padre, Raffaele, había sido un empleado de la Prefectura y su madre, costurera. Desde chico, Umberto se interesaba en la literatura y el arte. Cuando debió ganarse la vida, después de la temprana muerte del padre, aprendió a hacer afiches. Al mismo tiempo, escribió una novela, que nunca llegó a terminar. En 1900 encontró a Gino Severini, otro muchacho que habría de convertirse en uno de los grandes artistas del siglo XX. Los dos frecuentaron el estudio de Giacomo Balla, maestro de la vanguardia, que pasaba los días encerrado trabajando y enseñando. Harto de la chatura de la estética oficial de Roma, Boccioni se fue a París. Caracciolo comenta el deslumbramiento que el joven sintió por la ciudad: "Le encantaron las avenidas anchas, pero sobre todo la libertad de costumbres. Umberto tenía una alumna de pintura, una rusa, casada y rica, Augusta Petrovna Popoff, que se convirtió en su querida. Ella se lo llevó a sus posesiones de Rusia con el marido. Boccioni estuvo allí cuatro meses. Cuando volvió a Fancia, la había dejado embarazada, pero él lo ignoraba. Nunca lo supo". En 1910, Boccioni se encontró en Milán con Marinetti, el autor del Manifiesto del Futurismo , aparecido un año antes en París. Umberto había encontrado en la nueva propuesta estética un cauce para sus inquietudes. Después de un acto del movimiento en un teatro, que terminó en una riña y con varios de los futuristas en la cárcel, junto con Marinetti, Russolo y Carlo Carrà, escribieron Manifiesto técnico de la pintura futurista , en el que exaltaban el alcohol, las ciudades modernas, la vida nocturna y las figuras de la cocotte y del apache. Admirado por sus pinturas y esculturas, por su vitalidad y sentido del humor, Boccioni también era apreciado por el refinamiento que emanaba de él. Cuando estalló la guerra de 1914, Umberto se enroló, al igual que lo hizo Leone. El entusiasmo de Boccioni por la lucha en las trincheras pronto se diluyó. Su vida corría peligro, y su trabajo de artista había quedado interrumpido. En 1916, en uso de una licencia, aceptó el encargo que le hizo el músico Ferruccio Busoni de hacerle un retrato. El compositor era huésped de los marqueses Silvio y Sofia della Valle di Casanova en la villa San Remigio, en el lago Maggiore, y le transmitió una invitación de sus anfitriones para que se uniera a ellos. Fue en esa casa de vacaciones donde el 6 de junio de 1916 Boccioni conoció a Vittoria. La princesa y el artista recorrieron los hermosos y tradicionales jardines de los Casanova. Mientras caminaba junto al pintor, Vittoria pensaba que esas terrazas de diseño perfecto, pero convencional, eran todo lo contrario de lo que a él podía gustarle y las comparaba con su propio refugio. Para huir del palacio romano de los Caetani, Vittoria alquilaba la isla de San Giovanni, la más pequeña del lago, apenas trescientos metros de diámetro, llamada por eso Isolino ("islita"). La había arreglado de un modo que no tenía nada de futurista, pero le había impreso un sello personal. Todo era de calidad, buen gusto y sencillo. Leone casi no vivió allí. Por esa época, ya había comenzado su relación con Ofelia Fabiani. El Isolino era el escenario ideal para una pasión. Vittoria invitó a Boccioni a que la visitara el día siguiente. El 7 de junio, Umberto llegó por primera vez a la villa de la princesa. Ella le presentó a su hijo, Onorato, de catorce años. A partir de esa tarde, él visitó todos los días ese reino encantado. Vittoria, en sus cartas, le contaba al esposo la cronología de los encuentros. De la lectura de la correspondencia con Boccioni no puede saberse con certeza cuándo él y la princesa se convirtieron en amantes. Pero la pasión nació en esa primera estadía de él en el lago. Durante aquellas visitas, Umberto se hizo amigo de Onorato. El chico era considerado extraño, hoy podría pensarse que era un autista. Vittoria oscilaba entre la negación y el reconocimiento de la "diferencia" de Onorato. Leone, en cambio, le había señalado a la madre cada uno de los problemas del muchacho, que ella se había empeñado en ignorar. Boccioni, por su parte, fue el único que trató al adolescente como si fuera normal, le hablaba en términos que Onorato podía comprender y le mostró un afecto que provocó una imprevista maduración en el joven príncipe. Una vez que terminara el retrato de Busoni, Boccioni tenía planeado volver a Milán para arreglar una serie de asuntos personales, después se quedaría allí hasta su reincorporación al ejército. Pero Vittoria no se resignaba a que él se alejara. Le propuso entonces que, una vez cumplidas sus obligaciones en la ciudad, pasara sus últimos días de libertad junto a ella, como su huésped en el Isolino. El aceptó entusiasmado. Desde Milán, Umberto le escribió todos los días a su amada. Le recuerda en esas cartas cómo habían pasado "de castidad en castidad" hasta alcanzar "nuestra casta voluptuosidad" y la "infinita comunión de cuerpo y espíritu". Vittoria le había avisado a Leone que Boccioni iba a pasar dos días en el lago, junto a ella. Después le informó que los dos días se habían convertido en una semana. En esos siete días, los amantes comenzaron a hacer planes que iban más allá de la prudencia. Ya en Milán, él le escribió a Vittoria cartas donde rememora cada instante pasado en el Isolino. El 10 de julio, Umberto se presentó en el cuartel para una revisión médica. Recibió entonces una buena noticia: le daban licencia hasta el 24 de julio. De inmediato, le escribió a la princesa un mensaje en el que primero le sugiere y después le pide que lo invite de nuevo al Isolino. Apenas leyó esa carta, Vittoria le dijo que regresara cuanto antes a su lado. ...l le confiesa que ya le ha hablado de ella a su madre y que ésta la bendice por la felicidad que ha derramado sobre su hijo. De esa segunda estadía en el Isolino, quedan pocas huellas. Pero Caracciolo, confrontando las fechas de la correspondencia de Vittoria con Leone, descubrió que durante esa segunda semana de amor con Boccioni la princesa no le había escrito a su marido. Ese silencio era un hecho excepcional. El 23 de julio, el artista volvió a Milán y le mandó a Vittoria una carta que se perdió. Ella le contestó que, una vez terminada la guerra, ellos se pondrían de acuerdo para librar su propia guerra. Además, la princesa le advertía al amante que iba a escribirle con menos frecuencia diaria para no despertar sospechas, ya que no era ella quien echaba las cartas al correo. También le pedía que él cambiara de tipo de sobre en cada ocasión y que variara su caligrafía. Esas precauciones no impidieron que los rumores sobre ellos circularan. La suegra de Vittoria, Ada Caetani, se imaginaba lo que ocurría y sobornó al nuevo preceptor de Onorato para que espiara a la princesa e hiciera desaparecer las cartas de Vittoria a Umberto. ...ste comenzó a inquietarse por la falta de respuesta. En sus mensajes, Boccioni cuenta que estaba empeñado en aprender equitación. Sabía que ella era una gran amazona y habían hecho planes para recorrer la llanura pontina juntos, a caballo. Las mujeres de la alta sociedad de la época cabalgaban muy bien. Para cualquier miembro de la aristocracia, no saber montar era un baldón. Umberto había comprendido que si él aspiraba a estar al lado de la princesa debía ejercitarse para que ella no pasara un papelón en su compañía. Cada vez que tenía tiempo libre en el cuartel, pedía un caballo y salía a practicar. El 16 de agosto, Umberto eligió un ejemplar elegante y salió a pasear con él hacia el anochecer. De repente, el caballo se encabritó y se lanzó al galope. Boccioni perdió el equilibrio y cayó de cabeza contra una piedra. Un sargento que lo acompañaba corrió en su ayuda. Se dio cuenta de que el soldado estaba herido de gravedad. Boccioni fue trasladado a un hospital de Verona. Umberto aún conservaba la mirada viva y una expresión inteligente. Un teniente amigo fue a visitarlo y, para asegurarse de que el pintor estaba lúcido y consciente de lo que decía, le preguntó si se había caído del caballo. Boccioni le contestó que no. El teniente repitió la pregunta y Boccioni volvió a responder que no se había caído del caballo. Entonces, el teniente le preguntó si lo reconocía. Boccioni dijo: "Sí, usted es mi teniente". Pocas horas después murió. El militar jamás se quitó de encima la sospecha de que quizás el pintor se había arrojado del caballo por desesperación. Vittoria se enteró de la muerte de su amante al día siguiente por los diarios y, sin perder tiempo, fue a consolar a la madre y a la hermana de Boccioni. Viajó a Milán, se presentó en la casa del artista y llenó el departamento con las flores del Isolino que Umberto amaba. Después, logró recuperar las cartas de ella. Muerto Boccioni, Leone dejó de fingir e hizo pública su relación con Ofelia Fabiani. En agosto de 1917, nació Sveva, la hija del príncipe y de su amante. Vittoria simuló no saber nada. En 1921, como la ley italiana no permitía legitimar a los hijos adulterinos, Leone que además no soportaba el fascismo, dejó Italia y se refugió en Vernon, Canadá. Allí lo acompañaron su nueva mujer y Sveva. Allí murió en 1935. Marella Caracciolo comenta que en los años 20 y 30, la princesa escribió libros de memorias y de viajes en los que retrata personajes y describe paisajes. Jamás menciona en esas obras a Boccioni. Pero si preservó de la destrucción los testimonios de aquel "paréntesis luminoso" fue porque anhelaba que esa historia llegara a conocerse. Bastaba que alguien supiera hurgar en el pasado con suficiente empeño. Los deseos de la princesa fueron satisfechos.
Publicada hoy en el Suplemento ADN del diario La Nación de Buenos Aires.
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