Todos esos miembros de la vieja y pequeña iglesia de Utrecht, de cuya buena voluntad depende nuestra posesión de la verdad, son personas encantadoras, cuyos rostros del siglo XVII nos trastocan las apariencias rutinarias y con quienes será divertido quedar en relación al menos por correspondencia. La estima cuyo testimonio proseguirán a enviarnos cada tanto reemplazará nuestros propios ojos y guardaremos esas cartas como un certificado y como una curiosidad. Sobre la lectura,Marcel Proust
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